Los arrepentidos y los fines

Cada vez son más “los arrepentidos” de Montecristi, los que se lamentan por el rumbo inesperado que –dicen- ha tomado la revolución ciudadana; afirman que este no es el proceso que apoyaron, al que contribuyeron con su trabajo, al que le brindaron sus mejores esfuerzos; se sienten traicionados, cuando no engañados, utilizados.

Parecen haber olvidado aquellos días en que aceptaron la destitución de los legisladores de los manteles; empujaron la Asamblea Constituyente, formaron parte de ella como asambleístas o asesores; dieron forma y apoyaron a la “Comisión Legislativa y de Transición”, contribuyendo decididamente a un estado de cosas que facilitó la designación de personas afines al proyecto político en varias funciones del Estado, sin considerar los riesgos que esto tenía para el equilibrio de poderes.

Guardaron silencio cuando el aparato de comunicación estatal daba sus primeros golpes y se ponía al servicio de la descalificación a críticos y opositores; miraron a otro lado cuando se presentaron los primeros juicios por injurias o por terrorismo o cuando se decidieron millonarias indemnizaciones por parte de una justicia sumisa.No les incomodó la acumulación de poder, la intimidación a los opositores por medio de la propaganda, la justicia; aceptaron como válidas todas las acciones del Régimen en nombre del “proyecto” o de “no hacerle juego a la derecha”.

No les importó, o al menos eso parecía en ese momento, la corrección o incorrección de los medios utilizados, el fin -que consideraban legítimo- justificaba cualquier acción.

La “metida de mano en la justicia”, las acciones del Cordicom, de la Supercom, del CNE; el Código Integral Penal y la Ley Orgánica de Comunicación; la propuesta de Código Monetario y las enmiendas a la Constitución forman parte de la categoría de acciones-medio; acciones que se aceptan no por entenderlas como correctas en sí mismo, sino porque se dicen necesarias para la consecución de ciertos fines.

Cuando Vinicio Alvarado declaró, sin sonrojarse, que Franco y Mussolini “hicieron grandes carreteras, grandes transformaciones… de pronto fueron visiones muy positivas”, parecía no recordar que pese a alcanzar esos “logros” se cometieron los actos más execrables, todos justificados en nombre de la supuesta “bondad” de esas transformaciones, de esas “visiones positivas”.

En ese momento, como aparentemente sucede con muchas personas hoy, se perdió de vista que la relación medios-fines de la acción política, como bien describe Hannah Arendt, tiene una característica sustancial: el fin siempre está en riesgo de ser superado por los medios utilizados. La finalidad de la acción humana nunca puede ser fiablemente prevista, por ello, con frecuencia los medios puestos al servicio de obtener un objetivo político son de mayor importancia para el futuro, que el objetivo en sí mismo; algo que los arrepentidos de Montecristi entendieron tarde.

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