El proyecto de Ley de Comunicación será aprobado por la Asamblea Nacional porque tienen los votos suficientes. Han sufrido cuatro años para hacer realidad el sueño de controlar la información. La espera ha valido la pena porque lograron algo que parecía imposible: empeorar el proyecto original. Han batido varios récords en el camino, entre ellos el de la sesión más larga del mundo, el proyecto más remendado de la historia, y será el menos debatido en la Asamblea de las mujeres, si, como dicen, llegan a votar en paquete sin más discusiones.
No es difícil adivinar la comunicación del futuro. Toda la información será veraz, verificada, contrastada, contextualizada, plural y oportuna; habrá vigilancia y castigo para asegurar su cumplimiento. Los medios serán vigilados por el Consejo de Regulación, veedurías, asambleas, cabildos populares, consejos consultivos, observatorios y millones de ciudadanos, porque cualquiera estará autorizado a denunciar el incumplimiento de los códigos de ética transformados en ley.
Nadie se atreverá a cometer infracciones; el Consejo de Regulación suspenderá inmediatamente la difusión de los contenidos y los responsables serán sometidos a prisión, multas, suspensión de los derechos políticos y el propio medio puede ser sometido a pública subasta. Ningún periodista osará injuriar a la autoridad, publicar contenidos discriminatorios ni informaciones inexactas o agraviantes. Para asegurar que no lo hagan, los propietarios, accionistas, directivos y representantes legales serán responsables solidarios de las multas y compensaciones económicas y, siendo “autores coadyuvantes”, no tendrán salida posible: si publican algún contenido que constituya infracción, serán castigados, y si no la publican serán acusados de censura previa.
Los titulares serán cautelosos pues la ley manda que sean coherentes y consistentes con el contenido de las noticias. No publicarán denuncias, será imposible verificarlas; ni revelarán secreto alguno porque solo se podrán publicar con justa causa y cuando no provoquen daño. Si cometen algún error o niegan el derecho a la réplica, los medios serán amonestados y obligados a pedir disculpas.
Para vigilar y castigar a los infractores serán nombrados siete inquisidores quienes, al mando de un Torquemada, revivirán al que hace 535 años quemaba herejes. Se dice que el Inquisidor vivía en palacios y tenía una guardia de 250 hombres, que sufría delirios y temía ser asesinado; adornaba su mesa con un cuerno de unicornio como remedio contra el veneno. Se dice también que amasó una fortuna con la confiscación de propiedades. Poco se sabe de Tomás de Torquemada, pero su importancia histórica, dice John Edward Longhurst, no reside en él como individuo sino en su arquetipo. Es éste, el arquetipo de Torquemada, el que vuelve a la vida con la Ley de Comunicación.