Kiplinger Letter, un semanario estadounidense de economía y negocios que se distribuye por suscripción, publicó -semanas atrás- una sorprendente recomendación para sus lectores. Les sugirió comprar acciones de las empresas fabricantes de armas.
La insinuación apareció en un contexto cargado de tragedia en EE.UU. El país más poderoso del mundo es, año tras año, escenario de matanzas y tiroteos. En lo que va del 2015 se contabilizaron 294.
También es el polígono de tiro de personas que -si así lo resuelven- pueden adquirir armas en cualquier tienda y matar con ellas. Así lo hizo el joven Dylan Roof, quien compró una pistola Glock y luego asesinó a nueve personas afroestadounidenses, en Charleston, Carolina del Sur, en junio pasado.
Algo parecido aconteció en la escuela de Columbine, en Littleton, estado de Colorado. Allí, el 20 de abril de 1999, los jóvenes estudiantes Dylan Klebold y Eric Harris -de 18 y 17 años- mataron a 13 personas e hirieron a otras 23, antes de suicidarse.
De una manera casi calcada operó hace 12 días Chris Harper Mercer, de 26 años, quien segó la vida de nueve personas en un campus de Roseburg, estado de Oregón.
Maniatado de pies y manos por un Congreso, que le es adverso en el controversial asunto de la tenencia y control de armas, el presidente Barack Obama ha hecho una afirmación que sintetiza bien lo que sucede. “EE.UU. se ha vuelto insensible ante los ataques a tiros que causan numerosas víctimas (…) Los agresores son enfermos mentales”.
Pero Josh Sugarmann, director ejecutivo del Centro de Política para la Violencia (VPC, por sus siglas en inglés), es más explícito:“Se pierden vidas, quedan familias destrozadas, pero para la industria armamentística de EE.UU. y para el ‘lobby’ de las armas, es un día más de oficina”. En efecto, en Estados Unidos, las ventas de armas superan récords año tras año. Lo evidencian los datos del sector, que crece a un promedio del 3,8% anual. En juego, hay mucho dinero y armas.