Marco Antonio Rodríguez

Ariel y las ciudades

Uno y múltiple. (Lo uno es múltiple). (Art in couple, diría la sofistiquería). Arte de dos o más en todo caso. Arte que fluye de un artista pintor, Ariel Dawi, y Cuenca, la ciudad que lo sedujo (trashumante empedernido, lleva el peregrinaje en sus intimidades, pero esta ciudad lo detuvo para siempre). Dawi y Cuenca con su paisajismo inagotable, pero también las ciudades recorridas en su viaje por el mundo que bullen en su ser creador.

Una luz travesea y retoza, se oculta y precipita, en los ciclos pictóricos de Ariel. Si hubiera que precisar cuáles son los grandes “protagonistas” de su obra, surgiría una respuesta: la materia, el color y la luz. Ariel sabe que el color actúa en la materia y vive de la comunión entre materia y luz. (¡Con cuánta pasión y porfía trabaja la materia!). El color: orgiástico, festivo, exultante, a veces, otras opresor, agrisado, velado, desvaído, ambiguo.

Calor y color. Efusión y desenfado. La luz: duende o espíritu chocarrero que conmueve y confunde, obnubila y encandila. Basado en estos elementos, Dawi edifica su obra. Artista y obra encarnan una relación de correspondencia inusual y nada es pensable mientras se aspira a que cada uno de los extremos sea una representación del otro.

¿Son solo eso sus series, una sucesión de paisajes que señalan un punto de partida y una probabilidad de otros, nunca reiterativos, siempre distintos y uno solo? ¿Sus recientes obras nos guían a las primeras y a las intermedias? Recordamos las series en las cuales fragmenta el espacio, retaceándolo en una suerte de retablos. Arte de danzar sobre la inasible belleza desintegrándola.

Veo a Dawi lidiando con la materia para que de ella nazca esa luz repentina como salida de su ánima; oficiante del color, cuidando ardua, pacientemente, que su luz –explosiva o sumisa– se esparza en su creación visual. Juntando vestigios, surcos, ecos de la memoria de todo lo vivido. Pasos que olvidó cubrirlos de arena y reaparecen en su arte.

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