En Argentina, como en pocas sociedades, la realidad puede cambiar, mutar o transformarse y en el fondo seguir siendo la misma y no evolucionar hacia etapas diferentes. Estas peculiaridades nacionales suceden en todos los ámbitos; pero en los escenarios políticos son singularmente evidentes. Por eso, no debe sorprender que luego del prolongado período que se extiende desde Carlos Menem, pasando por Néstor Kirchner y hasta el desastre político y económico de su cónyuge Cristina, el candidato peronista Daniel Scioli amenace con un triunfo en la primera vuelta. Este hecho se deduce de una encuesta contratada por La Nación de Buenos Aires, que señala que el candidato referido está cerca de obtener la distancia que evite caer en una segunda vuelta, en la cual se podrían sumar los votos de Macri y de Massa, segundo y tercero en esa encuesta.
Esta coyuntura argentina requiere volver a estudiar el peronismo, que nunca ha dejado de ser compresible fuera de las fronteras que marcan el río, la pampa y la cordillera. A diferencia de otros países, el populismo en Argentina (peronismo) tiene ciclos históricos de auge y caída, sin que el núcleo se extinga o desaparezca. Como en otros casos aparentemente similares, nace de una militancia histórica incluyente, un ejercicio del poder autoritario y popular, así como la consideración –funcional y no ideológica- de que democracia no es un valor sino un instrumento necesario para llegar, pero incómodo para permanecer en el poder. Por eso, el peronismo está vigente desde que Juan Domingo Perón llegó en 1945; en la plenitud del mando o en la persecución.
Ensayando una explicación. La diferencia estaría marcada por la fuerte base sindical urbana de origen que se ha convertido, para una gran mayoría, en un emblema y no en un partido. Es un rasgo que no es posible explicar sin un fuerte contenido nazi: líder, pueblo y movilización permanente. En este escenario, como un paraguas, el movimiento puede abarcar a diferentes y hasta contradictorios sectores; pero al momento de concurrir a las urnas son una mayoría imbatible. Como lo dijo Perón, a su regreso del exilio: no se asombren, todos son peronistas.
Por estas razones respecto a otras experiencias –el Ecuador incluido- , se concluye que el peronismo se mantiene por un sistema de contrapesos internos. No depende –aunque parezca- de la voluntad omnímoda y caprichosa de un líder o conductor. Es una camiseta que no se la puede manipular sin descaro, pues existe un complejo sistema de negociaciones en el Gran Buenos Aires y en el poder de las gobernaciones que se ejerce bajo un semifederalismo, domésticamente “un toma y daca”. Este modelo, los constituyentes de Montecristi o sus asesores trataron de incorporar a la realidad nacional cuando redactaron la organización territorial del Estado. Pero allí quedó escrito; nada más, pues era peligroso para la voz única.
Como dijo alguna vez el experimentado Joffre Torbay: al pavo se lo mata en la víspera.