Las sorpresas o sucesos inesperados son casi excepcionales en la vida política de las sociedades. Que los acontecimientos se precipiten por giros inesperados no previstos o equivocados presagios es una cosa, pero que no tengan explicación racional es otra; los yerros de las indagaciones previas solo obedecen a percepciones con falta de rigurosidad en la investigación de las distintas variables de los escenarios.
Las extrañas elecciones argentinas de las PASO, del 12 de agosto, se convirtieron en un sufragio público no electivo, pero sí plebiscitario y, por la enorme diferencia en una grave derrota para el gobierno de Mauricio Macri. Son obligatorias, no se elige, pero, como sucedió en las ultimas, políticamente pueden ser determinantes.
Los resultados de las encuestas daban un triunfo de cuatro a cinco puntos a favor del candidato opositor. Nada más. Ni siquiera los brujos o “manos santas” se atrevieron a predecir una diferencia abrumadora; sin embargo, desde que se filtraron los resultados de las encuestas a “boca de urna” se conoció de una diferencia de 14 puntos a favor Aníbal Fernández, a pesar de su binomio y la compleja historia política del país.
Con los resultados del domingo negro para el gobierno de Macri se puede arribar a tres primeras conclusiones. La primera es que los medios que estudiaron y programaron la realidad del país no detectaron el grave efecto de la crisis en el bolsillo ciudadano y por ende de demandar un cambio en la conducción nacional; segundo, que no se votó ni por el peronismo ni por Cristina Fernández y, finalmente, que los adoradores del mercado deben guardar el apocalipsis de San Juan para una mejor situación.
El efecto de las duras medidas económicas sobre una población media; no evaluar las elecciones adelantadas en importantes gobernaciones que cohesionaron al peronismo; la fallida estrategia de no dividir la votación del cono urbano de la provincia de Buenos Aires, y perder las extraordinaria capacidad electoral y política de María Eugenia Vidal sumaron y pesaron.
En la historia de los ulemas, cuatro décadas de la democracia en Ecuador también registran sorpresas o falta de previsiones para los perdedores políticos y electorales. Nadie apostaba al triunfo de Jaime Roldós frente a dos adversarios de talla nacional como Raúl Clemente Huerta y Sixto Durán Ballén. Hasta la “mano negra” les falló.
Otra “sorpresa” fue el rotundo triunfo de Abdalá Bucaram. No había una encuesta que lo diera por ganador. El supuesto derrotado se impuso sobre el candidato socialcristiano.
Hay sorpresas en política, pero no han sido el reciente caso argentino ni los citados en el Ecuador. Es un mal que se origina en creer en las propias fantasías, o cuando los procedimientos de investigación están sesgados por la ideología o la convicción propia. Dura circunstancia, muy común en el Ecuador de estos años, donde se confunde el yo con el otro y el nosotros.