Argentina pasó de las promesas de que el crecimiento económico aguardaba a la vuelta de la esquina a un llamado a la austeridad que derrumbó en pocas semanas el ánimo colectivo y afectó las esperanzas que una parte significativa de la sociedad puso en el presidente Mauricio Macri.
El gobierno anunció su compromiso de realizar un drástico recorte del gasto público, en el contexto de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para recibir un préstamo de 50.000 millones de dólares, hecho público el 7 de este mes.
Es el final de una negociación que arrancó a comienzos de mayo, luego de que una devaluación de la moneda nacional, el peso, de 25 % en 30 días y una masiva salida de dólares sacudieran la economía y decidieran al gobierno a recurrir a un remedio particularmente amargo para los argentinos.
La sola mención del FMI altera los nervios de casi todos los habitantes de este país sudamericano, que vivió una fenomenal crisis económica y social que barrió al gobierno de Fernando de la Rúa en 2001, cuando la institución financiera multilateral se negó a conceder un rescate, después, que había impuesto su receta de ajuste y endeudamiento durante los dos años anteriores.
El resultado inmediato de este nuevo acuerdo con el FMI, aun en la visión de economistas que respaldan al gobierno, será un aumento de la pobreza y el desempleo y la reducción de la actividad económica en una nación que a principios del Siglo XX era una de los más ricas del mundo y en las últimas décadas ha vivido innumerables crisis.
La propia directora gerente del FMI, Christine Lagarde, admitió en un comunicado la posibilidad de que las condiciones sociales en Argentina empeoren y aseguró que en ese caso está previsto un aumento de las partidas presupuestarias destinadas a ese fin.
‘La corrección del déficit fiscal será muy dolorosa. La devaluación del peso y la inflación van a ser más altas’ para el analista financiero Claudio Zuchovicki.