Ante la rebeldía de la realidad, y frente a la creatividad de la sociedad, la reacción política, simple y elemental, es el intervencionismo, los controles, la planificación imperativa y la coacción. El poder es, por principio, intervencionista, porque recela de los individuos y de todo aquello que salga de las pautas de la ideología o del “proyecto”. A la larga, los resultados de semejante conducta son catastróficos, porque la gente se ingenia para vivir de modo distinto, generando un sistema alternativo e informal, distante y distinto del Estado y sus políticas. Y porque la tentación, entonces, es la represión. La historia, en el fondo, es la narración de este contrapunto.
1.- La nueva sociedad. En los últimos veinte o treinta años salvo puntuales excepciones, en el mundo se ha conformado una nueva sociedad. En efecto, (i) cambios sustanciales han alterado los modos de relación entre personas, han vuelto casi irreconocibles a las familias y a los vecindarios; han suplantado los rostros de las ciudades; han urbanizado el campo. (ii) Han provocado la caducidad de las estructuras judiciales, y han rebasado toda suerte de leyes. (iii) La obsolescencia del Estado es evidente, a tal extremo que sus fronteras, y su fundamento territorial, han sido perforados y rebasados por la globalización. Las ideas políticas, la noción de poder y de gobierno, incluso el concepto y la funcionalidad de la “democracia vertical” están superados, porque las nuevas realidades se salen irremediablemente de los moldes impuestos por partidos, ideologías y caudillos. (iv) La emigración de grandes masas de pobladores de los Andes a los Estados Unidos y Europa, alteró la demografía, la economía y la cultura. Nunca más los pueblos ecuatorianos serán lo que fueron. (v) Se han derrumbado casi todas las jerarquías. (vi) El sentido de pertenencia es distinto: ahora, el “lugar” es el punto de partida para irse, ya no es el punto de arraigo estático y definitivo. (vii) Y, lo más importante, tenemos una distinta forma de humanidad, con otros referentes, una moral absolutamente liberal, sin sacralidades, con horizontes amplios y visiones que hace pocos años no se sospechaban siquiera, de modo que hoy todo se debate, incluso lo que fueron dogmas políticos y religiosos incuestionables. Todo eso ha llegado para quedarse.
2.- Los agentes del cambio. Ni el Estado ni la política ni la ideología ni la planificación ni la revolución, han sido los agentes de tan radical cambio social. Al contrario, ellos han sido testigos de piedra, estatuas impávidas, cuando no opositores abiertos o soterrados, o conservadores ultramontanos. Los factores de la creación de esta nueva cultura y de esta distinta sociedad han sido los individuos, sus libertades y capacidades; han sido la tecnología, las necesidades, la curiosidad, el afán de vivir y de descubrir. La dinámica creativa privada de la gente común, especialmente de los jóvenes, ha sido la “fundadora” de esta especie de nuevo mundo que se consolida irremediablemente y que desplaza sin pausa al viejo sistema.
2.1.- Ejemplos al canto. (i) El teléfono celular transformó al Ecuador en algo menos de diez años, e Internet inauguró una comunidad superinformada, porosa, liberal, irreverente. (ii) La red ahora es referente fundamental, instrumento eficiente de relación, punto de diálogo, espacio de coincidencia y de debate. Se ha formado, gracias a ella, un mundo basado en la iniciativa privada, en la apertura, en la posibilidad -al alcance de la tecla- de relacionarse y navegar sin controles, con la naturalidad más admirable. No hay autoridad, hay solamente las reglas que nacen de la tecnología; es un espacio, por lo pronto, distante del poder y ausente de autoridad. (iii) La emigración, con su incidencia económica y social, fue, y es, producto de la iniciativa, de la determinación, de la fortaleza humana y de la capacidad de superación de los emigrantes. Nunca fue iniciativa pública, ni obedeció a política ni a planificación alguna, al contrario, ella desbordó al Estado y a sus controles y puso en entredicho a fronteras y a nacionalidades. (iv) La vocación viajera, característica de las nuevas generaciones, y atributo de las personas, no es idea de los Estado; “el viaje” y sus efectos humanos y culturales, son realidades cada vez más extendidas, que dependen de la iniciativa y de las posibilidades de cada persona, salvo, claro está, de la frecuencia viajera de la burocracia, que es asunto puntual y diferente.
3.- El arcaico intervencionismo. El Estado tiene frente a sí a una sociedad civil, nacida fuera de sus estructuras -hija de la casualidad y de la libertad-, que plantea modos distintos de relación política, conceptos controversiales acerca de las libertades, militancias ortodoxas, una cultura que escapa a las reglas y a las ideas de burócratas y planificadores, y un modo de ser social que cuestiona la democracia en sus visiones formales y tradicionales, que debate y deslegitima el monopolio del poder, la capacidad de representación de partidos, movimientos y caudillos. El Estado y la clase política tienen frente a sí a gente que sabe lo que son las libertades en la red, en los viajes, en la nueva literatura, en la música. Sin embargo, lo único que se le ha ocurrido al Estado, y a los políticos de todas las vertientes, en especial a los socialistas, es responder al dinamismo creador de la gente con “controles” y permisos, con sanciones e instituciones estructuradas según las viejas fórmulas de la desconfianza a la iniciativa. Respuestas viejas e inviables a realidades que han superado a la organización política.
Cuando el viejo Estado se encuentra con la nueva sociedad o cuando la descubre, la reacción primaria es controlarla para afianzar el poder, y negarse a la modernidad.
La verticalidad de una democracia escasamente representativa, no cabe en una sociedad sin jerarquías, donde las relaciones son de tu a tu, donde ya no se mira al caudillo en el balcón.
4.- La paradoja esencial. La paradoja está en que, aquí y en el mundo, tenemos un Estado y una política que hacen agua por los cuatro costados, que en casi nada contribuyeron al nacimiento de la nueva sociedad, y que, al contrario, conspiran contra ella; decir, un Estado estéril, indiferente y paquidérmico, que no alcanza a entender su misión ni su función, que es dinamizar las capacidades sociales, proteger los derechos de las personas, alentar la iniciativas, promover y dotarle de sentido de justicia a esta nueva humanidad. Y ese Estado, aspira a la legitimidad entendida según los conceptos del “antiguo régimen”.