Las urgencias de caja por las que atraviesa el Gobierno han obligado a las autoridades a tomar algunas medidas que, lejos de que se conviertan en una señal de confianza para la inversión, arrojan más dudas sobre el desenvolvimiento de la economía. Luego de haber optado por un modelo que desplaza a la iniciativa privada y pretende dejar todo en manos del estado, nos encontramos con las propias limitaciones de esa visión cuando los recursos no alcanzan, pese a que aún se cuenta con ingresos excepcionales por la exportación de crudo.
Como bien lo han señalado algunos analistas, es muy probable que no existan los medios suficientes para los gastos de inversión previstos en el presupuesto del estado. Si esto sucede, con la escasa inversión proveniente del sector privado, la economía tendrá una tasa de crecimiento bastante modesta que en los hechos significa pocas probabilidades de generación de empleo, con lo que difícilmente se podrá hablar de un desarrollo social sostenido. Se considera que los subsidios pueden reemplazar al empleo formal como mecanismo idóneo para superar la pobreza. Nada más equivocado, peor aún si por la volatilidad de los ingresos pueden empezar a escasear o ser insuficientes en mediano plazo.
Esto impone rectificar rumbos. No se puede continuar con la tendencia del gasto registrada de últimos años porque la misma es insostenible. Los empréstitos foráneos se dificultan en conseguir, el IESS casi ha llegado al límite establecido por sus normas para poder entregar recursos a la caja fiscal, la presión tributaria ha recaído sobre el sector formal de la economía extrayendo importantes recursos privados. Se van reduciendo los caminos para obtener liquidez para atender los gastos de Gobierno. Se pone presión a todo el sistema económico.
Si como sucede en otros países de la región el Estado estuviera dedicado a sus tareas fundamentales, como brindar buenos servicios de educación, salud, justicia y seguridad; y, de otra parte, hubiese condiciones para invertir reemplazando el clima de hostigamiento permanente por uno que atraiga capitales, las cosas serían diferentes. No habría esa urgencia de recursos que pretende abarcarlo todo, con el riesgo que los servicios sean de mala calidad y las obras que se anuncian difícilmente se materialicen.
No pasamos de los anuncios rimbombantes. Los promocionados megaproyectos siguen en carpeta y no existen nuevas señales de emprendimiento particular, salvo en actividades comerciales que casi ningún agregado aportan al país. ¿Hasta cuándo? ¿Se podrán crear nuevos empleos o ese ejército de desempleados tendrá que continuar a la espera de un puesto de trabajo viviendo de lo que precariamente pueden conseguir para subsistir? ¿Es tan difícil entenderlo? A este paso hay que esperar que las cosas no empeoren, la esperanza de días mejores hace rato se ha esfumado.