Me acuerdo haber leído cómo nació la costumbre del apretón de manos. Si mi memoria no me falla, algún autor decía que en la época en que las tribus empezaban a dejar de pelearse, cuando una persona venía en sentido contrario al del otro, ambos, a medida que se acercaban extendían su mano derecha para demostrar que no portaban armas. Se daban la mano, y cada uno continuaba su ruta. Entre los egipcios, hace más de cinco mil años, según jeroglíficos encontrados, el apretón de manos atestiguaba “pactos y arreglos entre hombres y deidades”. En lo que hoy se conoce como Grecia y Roma “se estrechaba agarrando la muñeca de la otra persona y apretando fuerte”.
En las monarquías se da la mano cuando el rey extiende la suya. El súbdito la acepta y el protocolo se ha cumplido. Hoy es un ritual corto, automático que se lo hace como saludo, talvez rutinario, que en teoría no expresa nada. Pero cuando se deja extendida la mano a una persona, es un signo de desprecio, odio, malestar, rencor. Es inapropiado rechazar el saludo, el apretón de manos. En esta época se ha puesto de moda, sobre todo en gente joven, chocar los puños, golpearse la parte inferior con la superior de las manos mientras empieza la conversación. En algunos países, sobre todo entre gente amiga, el ritual de darse las manos ha desaparecido. En países como Uruguay o Argentina, un beso en la mejilla ha suplantado el saludo “manual”. Un “hola”, o un “buenas” en países anglosajones eliminó la costumbre de siglos de existencia de dar la mano. Esto no se aplica cuando se trata de algo formal (conversación de negocios, o por no conocer a la contraparte), el apretón de manos es una manera de iniciar y, en ocasiones, hasta de romper el hilo para comenzar la charla o la negociación.
En oportunidades no sirve para iniciar un ameno cambio de ideas o posiciones, si uno de los participantes tiene la mano sudada o sucia. O, en caso de los habitantes del Río de la Plata, si tiene la mejilla mojada por el intenso calor húmedo de Montevideo o Buenos Aires. Pero estos son gajes de la naturaleza de cada ser humano (esto sin mencionar que la mano es una vía común para la transmisión del virus de la gripe, por ejemplo).
Pero dejar la mano extendida cuando una persona saluda, no es un signo de valentía. Tampoco es una forma civilizada de demostrar el desagrado que la otra persona le causa. “Lo cortés no quita lo valiente”, por lo que si una autoridad actúa de forma tan chabacana, el que pierde es él. Un estadista cumple el ritual con su enemigo político, aunque sea de manera fugaz, casi un choque de palmas de la mano que hace sentir su molestia al otro ser, no a la ciudadanía que muchas veces no se ha enterado de la enemistad. Por ello, una autoridad debe, también, cuidar las formas.