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Pasadas las semanas, es más evidente la percepción de que no aprendimos de los graves incidentes de octubre. Nos golpeamos, tuvimos muertos, heridos y fuimos obligados por las circunstancias a ir a la mesa de diálogo, pero solo para salvar el crítico momento. Pasado el clímax, con los mismos liderazgos, con los mismos halcones fortalecidos en cada lado, sin ninguna señal de autocrítica, el panorama se oscurece.
Una sana negociación es cuando los protagonistas van pre dispuestos a ceder y construir una ruta de ganar-ganar. Tú ganas, yo gano, todos ganamos, para lo cual es necesario que el respeto y la generación de un ambiente de cordialidad recupere la confianza.
El entorno post insurrección es desolador. Pareciera que todos apuestan a un segundo round. La actitud es no ceder, sino imponer, amenazar. Para lo cual se judicializa la política. “Tú me pones juicio, yo te pongo el mío”. Se empapela al “enemigo”. Se edifica un escenario de perder-perder. La prepotencia, la intolerancia, la descalificación al otro sale fácil de los labios. Y a esto se suman, los azuzadores, algunos medios, “estrellas del comentario”, “influencers”.
Si antes de octubre la sociedad, los grupos de amigos, las familias, no se recuperaban de la polarización y desconfianza dejada por el correato, luego del octubre incendiario, han reflotado con mayor fuerza la división y la intolerancia. Pero ahora condimentadas por espectros brutales y agresivos que los creíamos desaparecidos: el racismo, el clasismo y el menosprecio al diferente.
Todo esto se agrava con la profundización de la crisis de representación política resultado de la insurrección. Nadie representa a nadie. Gobierno, Asamblea, líderes de todos los partidos y grupos gremiales, sociales, empresariales, medios, iglesias, con índices de popularidad y credibilidad bajísimos. Incluso, los perfiles de los dirigentes indígenas, que tuvieron un estrellado fugaz en el paro, se han quebrado por sus errores y por los ataques políticos. Todos los supuestos candidatos y candidatas para el 2021 han perdido totalmente imagen y posibilidades políticas.
Crisis total de representación. Atomización social. Miedo y violencia en crecimiento. Certeza de una debilidad estatal galopante, de su incapacidad de enfrentar la corrupción, de recuperar lo robado y de enfrentar la crisis fiscal y económica. Desmoralización, miedo y nuevamente bronca contenida frente a problemas no resueltos.
Hay un comportamiento suicida de algunos dirigentes que no entienden que reavivar la confrontación le deja sin salidas al país. ¿Será que algunos de estos, están creando conscientemente las condiciones para el resurgimiento de un mesías autoritario y populista, de derechas o de izquierdas, que ofrezca estabilidad y orden con bala, como se proclama en las redes sociales?
Es urgente que los demócratas hablen, con sensatez y serenidad.