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Cada vez el viaje resulta más incómodo. Mr. Trump apuesta cada día por generar turbulencias que quitan el hipo a cualquiera. La abrupta vuelta al nacionalismo económico y su empeño en una guerra arancelaria ha chocado con Wall Street, el partido Demócrata y no pocos de los suyos. Pero su política proteccionista le da réditos. Ha mirado hacia atrás y ha enarbolado la bandera del América Primero que tan buenos resultados electorales le dio en 2016.
Los ojos de Trump sólo ven un mundo plagado de enemigos ante los que hay que defenderse si se quiere sobrevivir. De aquí la guerra arancelaria y comercial con medio mundo. Así dice: “Hemos sido maltratados como país durante muchos años; todos han sacado ventaja de nosotros y esto no va a volver a ocurrir nunca más. Las guerras comerciales no son tan malas. Porque somos más poderosos que ellos”. Sin embargo, es evidente que el poderoso vaquero ya no se pasea solo por el mundo. El no menos poderoso chinito pisa con fuerza y el mundo tiembla ante su evidente supremacía tecnológica. ¿Quién controlará en el futuro la inteligencia artificial?
No es la única guerra. Hay otras más humildes pero profundamente significativas. Me refiero a la que se libra en la frontera con México, en Tijuana. El enemigo son miles de personas empobrecidas que presionan por entrar en la meca del desarrollo. No se puede ignorar el origen de semejante éxodo. La miseria de los populismos, la incapacidad para generar trabajo, empleo y riqueza, la corrupción, las dictaduras encubiertas,… todo un mundo de fuerzas oscuras confabuladas contra sus propios pueblos.
Se comprende que una migración desordenada y caótica no puede admitirse, pero algo habrá que hacer para acoger, acompañar e integrar a los migrantes, más allá de las palabras huecas de tanto encuentro internacional. Siempre incomoda que los pobres llamen a nuestra puerta y nos interrumpan la digestión, pero las personas tienen todo el derecho a huir del hambre, de la violencia, de vivir a la intemperie. Tienen derecho a una vida digna, a buscarla allí donde se puede encontrar y, a saltar los muros del confort de otros, cuyos padres y abuelos hicieron lo mismo.
Hace años, un diario español reproducía una viñeta cruel y expresiva: un gallego emigraba a Alemania envuelto en ropa humilde y en alpargatas. Pasado el tiempo vuelve a España y, con sus ahorros, se compra unas hermosas botas de cuero. Con ellas le da una patada donde la espalda pierde su honesto nombre a un pobre magrebí recién llegado con su humilde ropa a cuestas y sus alpargatas. Así es la vida. El hombre, en tiempos de bonanza, fácilmente olvida sus penurias, ignorando que hoy otros quieren ejercer los mismos derechos por los que él luchó ayer.
¿Terminarán las turbulencias? Me temo que Mr. Trump no sabe volar de otra manera.