La caída del ex presidente Fernando Lugo será histórica por los efectos geopolíticos que ha causado en Sudamérica. Lo juzgaron sumariamente, aceptó el veredicto, luego lo descalificó, recibió la solidaridad continental y en su país ofreció regresar a la arena política; en conclusión, logró un efecto más que mágico, triste. Sin embargo, Paraguay y sus vecinos de Sudamérica quedaron en el mismo sitio; es decir, un violento giro de 360 grados; pero regresar al mismo sitio no significa que no hubo damnificados en la rotación.
En primer lugar los de la Alianza Bolivariana se volvieron demócratas al más puro ejemplo de las proclamas de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789, a pesar de que en sus países son beneficiarios exclusivos de constituyentes, reelecciones indefinidas y la captación de todo el orden institucional. Sin embargo, precavidos se vacunan con altivas protestas y así atenúan el insomnio causado por un ejercicio del poder absoluto que, al borde la medianoche, es acosado por sombras sutiles, luciérnagas inexplicables y enemigos convertidos en fantasmas o vampiros.
La zigzagueante ruta de Lugo también reveló que el orden institucional interamericano está quebrado por la inobservancia integral de la Carta Interamericana del 2001 que fue expedida para la garantía de la democracia y no de protección a cualquier tipo de gobierno. Estuvimos a punto de suicidarnos por lo que pasó en Paraguay, pero nos olvidamos de la historia reciente de Ecuador y Honduras.
El caso de Mercosur y Unasur es más calamitoso pues están heridos de muerte. En una sola sesión, el primero suspendió a Paraguay y aceptó a Venezuela luego de cinco años; una prueba de que los lunáticos también deben saber la relación del costo-beneficio de sus decisiones. A estos colectivos se le avecina el tsunami de la economía argentina, mientras que Brasil negocia en grande con China y Chile, Colombia con Perú afinan sus estrategias con el Asia Pacífico. Por supuesto, Ecuador, firme como nunca y hasta el final con Lugo.
La tercera es que la política exterior de Brasil dejó resquicios para atisbar el interior de Itamaraty. Aprovechan la cíclica debilidad argentina en economía, no ocultan su enorme influencia en Paraguay imponiendo límites a la paranoia del Mercosur y disimulan la sonrisa frente a los malabares circenses de la Alba.
El caso paraguayo ha permitido observar el discurso en muchas naciones: democracia solo para sus vecinos y amistad con visitantes como el demócrata de Bielorus, Aleksandr Lukashenko, así como ayer fue con Gadafi y hoy con Al Assad, el inocente gobernante de Siria. Tan extraña es la historia que si se pudieran revertir los acontecimientos en Paraguay y Ecuador, nuestro país estaría gobernado por un triunvirato integrado por Abdalá, Lucio y Rafael; entonces, el turismo en el territorio continental superaría con creces a las Galápagos.