Columnista invitado
Los domingos, Diario EL COMERCIO publica una sugestiva sección denominada Planeta, con asuntos que suscitan gran interés, generalmente del ámbito científico, donde varios de ellos no solo incentivan la investigación y ampliación de sus contenidos, sino que motivan a la reflexión. Uno de aquellos fue el tema del día 7 de febrero pasado, bajo el título ‘Antropoceno, la época del nuevo hombre’.
Los científicos e investigadores han definido que la Tierra empezó, luego del Holoceno, período Cuaternario, una nueva época geológica llamada Antropoceno; su etimología, del griego, expresa “hombre nuevo”. Al parecer, los expertos han llegado a la caracterización de esta nueva era, que habría comenzado a mediados del siglo XX, con el inicio de la industrialización, el uso de varios tipos de energía, los combustibles, los minerales y la manipulación nuclear.
La estratigrafía es uno de los testigos de las edades geológicas. Miramos, por ejemplo, en los cortes que se hacen en la tierra para la construcción de carreteras, esas diversas capas multicolores que, entre varias cosas, nos indican algún evento volcánico ocurrido hace cientos de años.
Seguramente, opina un experto, las generaciones futuras descubrirán estratos contaminados de plásticos y materiales inextinguibles cuya fabricación y uso alteraron el medio ambiente y ofendieron la ecología, tanto que fue causante del calentamiento global y sus funestas consecuencias.
El impacto de las actividades humanas en contra de la naturaleza resulta devastador. La voracidad insaciable contra los recursos naturales es pavorosa: explotar a mansalva lo que nos brindan, sin importarnos el futuro, ni detenernos a pensar cómo podrán subsistir las nuevas generaciones.
Los ODS (17 Objetivos de Sostenibilidad), impulsados por la ONU en septiembre de 2015; las cumbres pro medio ambiente; los acuerdos entre los G-8 y otros grupos de poderosos, dicen buscar aplacar el azote del ser humano contra la naturaleza; pero… tal parece, todo es solo lirismo, habladuría pura y protagonismo exhibicionista, porque, a la hora de poner en práctica, priorizan ambiciones pecuniarias del momento.
El llamado “animal perfecto”, el hombre, diferenciado de los otros seres vivos por su razón y su plena libertad, está actuando como un perfecto animal; aunque, pensándolo bien, insultamos con eso la animalidad de aquellos que sí respetan, a rajatabla, sus instintos y leyes naturales.
Si no, miremos cómo preservan la vida, empezando por la protección de sus vástagos, mientras el hombre se esmera por asesinar a sus crías.
Y lo peor, todo esto, y más, el ser humano camufla hacerlo “legalmente”, bajo la invención de leyes que insultan el sentido común, la dignidad humana y la ética básica de la convivencia.