Hay que tener al consumismo por dogma de fe para creer que una apertura abrupta y desplanificada generará, por sí sola, prosperidad. No hay duda que el Ecuador debe abrir su economía racionalizando los niveles de protección arancelaria ponderada a niveles de nuestros vecinos, es decir, bajar de 9% a 3% aproximadamente, así como incrementar el Índice de Apertura, que resulta de sumar las exportaciones e importaciones y dividirla para el PIB, y que en 2019 alcanzó un bajo 46,7% frente a 77,7% de Chile ó 72,5 % de México, por ejemplo.
Pero, como cualquier otra, si la adopción de una política de comercio exterior más integrada al mundo no genera valor para la sociedad, pierde sentido, destruirá empleo, estará condenada al fracaso y las corrientes proteccionistas volverán como un bumerán. Abrir la economía es necesario, pero no debe ser vista como sinónimo de competitividad.
El mundo vive una “hipercompetencia” global en los mercados internacionales y nacionales, ante lo cual las protecciones arancelarias resultan ineficaces para tratar de equilibrar un intercambio lleno de distorsiones derivadas de causas tan distintas como pueden ser la sobrecapacidad de producción, las desviaciones de las corrientes de comercio, subsidios, manipulaciones del tipo de cambio, costo laboral ínfimo por mano de obra esclavizada, producción subsidiada de empresas de propiedad estatal, comercio de saldos de temporada, entre muchas otras.
No hay arancel que las haga frente y, ciertamente, un nivel arancelario de entre 5% y 20% como el ecuatoriano, de poco o nada sirve.
Entonces, se vuelve fundamental entender que la competitividad internacional no se alcanza solamente con la firma de acuerdos de libre comercio sino que, para lograrla, se debe implementar una agenda de competitividad sistémica que permita hacer frente a la globalización y las asimetrías de los diferentes niveles de desarrollo, dentro de la cual se contemplarán, necesariamente, programas preventivos, ágiles y eficientes, para contrarrestar las prácticas de competencia desleal.
Es allí donde debemos identificar no solo oportunidades sino ya responsabilidades de empresarios, trabajadores y gobierno para acordar nuevos sistemas de incentivos a la producción y a la exportación que reemplacen a la protección arancelaria, fomenten la innovación, la productividad y la eficiencia, terminen con el comercio ilícito (al que expertos definen como “autodumping”) que nos impulsen a alcanzar los niveles de competitividad necesarios para insertarnos en los mercados internacionales y mantenernos en el mercado nacional que se debe abrir progresivamente.
Enfrentar el consumismo contra el desarrollo, puede resultar demoledor. Adriano, en sus “Memorias”, enseña que “en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse”.