JORGE SALVADOR LARA
Así como fue surgiendo el Mito pro-alfarista, tesis exegética, asimismo fue naciendo el Antimito contra Alfaro, antítesis limitante, desde los días mismos de las violentas montoneras insurgentes, primero, y del opresor dominio radical desde el poder, después. El antimito hizo su aparición combativa antialfarista, cuando él aún vivía, en numerosos artículos sobre todo de la prensa conservadora, reprimida siempre con mano dura hasta llegar a terribles excesos como empastelamiento de imprentas, clausura de periódicos y hasta asesinatos.
Tras el largo silencio del civilismo plutocrático liberal irónicamente mentalizado por el Gral. Leonidas Plaza, resurgió el mito de Alfaro, al celebrarse un siglo de su nacimiento. La antítesis limitante culminó por entonces como tendencia, en forma de obras orgánicas tales como ‘Memorias históricas. Génesis del liberalismo. Su triunfo y obras en el Ecuador’, de Miguel Ángel González Páez (1934) y, sobre todo, ‘Eloy Alfaro’, del Dr. Wilfrido Loor Moreira (tres volúmenes, 1947). Estos libros, en su intento de aproximación a la verdad, tienden a limitar la exégesis de los panegiristas de Alfaro y poner de relieve los desaciertos, errores y contradicciones de este y hasta las arbitrariedades y aun crímenes de algunos de sus seguidores. De hecho constituyen polémica respuesta a los escritores liberales, tanto por la afiliación política conservadora de sus autores, como por el predominante origen de sus fuentes, bien que Loor, con su escrupulosa metodología historiográfica, no escatima las provenientes del mismo bando liberal.
Aunque tardó en llegar, era de esperarse la síntesis que corrigiera los excesos críticos o laudatorios y pusiera de relieve los humanos valores intrínsecos de don Eloy. El severo manifiesto conservador se limitó a rechazar la inculpación de haber participado en el complot que segó la vida de Alfaro y sus tenientes. Pero lustros más tarde, un par de valiosos intentos biográficos, castizamente escritos por dos académicos de la lengua, pudieron ser esa esperada síntesis: ‘El Viejo de Montecristi’ (Quito, 1953); por Francisco Guarderas; ‘Eloy Alfaro y su primera época’ (1968) y ‘El ocaso del Viejo Luchador’ (1969) por Luis Robalino Dávila, dos tomos aparecidos en Puebla, México. No obstante haber sido diplomáticos de carrera bajo el liberalismo, ambos biógrafos se empeñaron en apartarse de la leyenda proalfarista de la tesis exegética y de la contraleyenda limitante de la antítesis y procuraron aproximarse al ‘hombre’, al ‘ser de carne y hueso’, aunque no alcanzaron a superar, el primero, su vinculación estrecha con el placismo, y el segundo la suya, familiar, con el “progresismo”, por lo que, pese a demostrarse ajenos a los extremos interpretativos de Páez y Loor, por una parte, y de Andrade y Pareja Diezcanseco, por otra, tal vez deban ubicarse, también, por los reparos que formulan, en el ala moderada de la antítesis limitante.
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