Los antihéroes

Desde los Sopranos hasta llegar a la impecable Mad Men, las series de televisión han desarrollado un nivel de calidad y de audiencia que en muchos casos relega al cine a un segundo plano. A ello han contribuido las cadenas de TV por cable y las grandes pantallas en alta definición que alcanzan un nivel cinematográfico en la sala de tu casa. Y ahora Netflix que, vía Internet, da acceso a las temporadas pasadas de las mejores series y, ante el éxito del formato, ha producido por su cuenta dos programas igualmente buenos: Orange is New Black, sobre una lesbiana que por un antiguo desliz con drogas debe ir a la cárcel; y House of Cards, en la que un magnífico Kevin Spacey encarna al político corrupto de Washington en su camino al poder. Y, de paso, a los premios de Hollywood.

Con actuaciones, cámara, ambientación y guiones de primera, los protagonistas de las series más atractivas cruzan solapadamente la línea entre el bien y el mal. No en vano una de las series emblemáticas de este fenómeno, la más elogiada luego de Mad Men, se llama Breaking Bad (aunque en la versión que están rodando en Bogotá el título ha cambiado a Metástasis). Porque en eso, en un tipo malo se va convirtiendo Mr. White, profesor de química de un colegio de Alburquerque quien, al serle diagnosticado un cáncer terminal, decide meterse a la producción de metanfetamina, cargándose al que se le ponga por delante. Esto sin dejar de ser un buen padre de familia ni romper con su medio social, vida doble que mantiene la tensión dramática hasta el desenlace.

Así, mientras los héroes inalcanzables de Hollywood son superhéroes de tira cómica, también el protagonista de Homeland -un prisionero de guerra que retorna a casa condecorado pero convertido en traidor-, o la señora de Weeds -quien vende marihuana para mantener su nivel de vida-, se hallan tan peligrosamente cercanos a los cristianos de la vida real que su ambigüedad moral nos permite una cierta identificación, molestosa pero seductora, y una simpatía parcial por los villanos de la pantalla.

La identificación se vuelve completa con las neuras y problemas que exponen los pacientes de Guillermo, el psicólogo de En terapia, versión argentina de una serie israelita que fuera adaptada con gran éxito en Estados Unidos. Acá los conflictos son más cotidianos pero la ambigüedad y el tema ético se mantienen: el analista atormentado se enamora de la paciente rubia, una pareja se plantea el aborto de un embarazo no deseado, la bailarina adolescente quiere suicidarse… Pero no, estos porteños no se están volviendo malos, simplemente están viviendo y sufriendo sus dilemas ante nuestra mirada anhelante. Por eso, cuando alguien me saluda con el inocente ¿qué hay de nuevas?, respondo que lo sabré esta noche, cuando vea el capítulo siguiente de En terapia.

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