Las analogías entre organismo biológico y organismo social son bastante antiguas. Pero fue con el desarrollo de la biología moderna, con todos los descubrimientos e inventos que trajo aparejados, que muchos pensadores intentaron darle consistencia a una teoría organicista del funcionamiento de la sociedad. Entre estos sobresale el inglés Herbert Spencer, padre del evolucionismo social, quien logró elevar esta concepción del mundo a la categoría de doctrina sociológica y política. La época en que difundió sus ideas, sin embargo, no fue propicia para su perduración, y muy pronto fueron relegadas por el vertiginoso desarrollo de las ciencias sociales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Pero como la superación de las teorías no necesariamente las anula, siempre quedará espacio para buscar similitudes entre vida orgánica y vida social. Tentación nada desdeñable si pensamos que las sociedades humanas están integradas por seres vivos.
Uno de los avances más interesantes de la medicina en las últimas décadas ha sido la estrategia de la prevención. Frente a la demencial carrera por inventar curas y tratamientos para todas las enfermedades habidas y por haber, se constata que la respuesta más racional es el desarrollo de la capacidad inmunológica del organismo a partir de una buena nutrición, de buenas condiciones ambientales o del equilibrio emocional de las personas.
Esta estrategia -por lo demás ventajosa desde el punto de vista de la salud y la economía- es particularmente efectiva en el caso de las enfermedades infecciosas, frente a las cuales la ciencia está llegando al límite inventivo de los antibióticos. Varios estudios presagian una era en que muchas infecciones comunes serán incurables.
Del mismo modo que el cuerpo humano necesita fortalecer su capacidad para combatir el oportunismo de ciertas enfermedades, antes que bombardearlas con un arsenal terapéutico, una sociedad debe desarrollar anticuerpos po-líticos para neutralizar la irrupción de modelos destructivos. El principal recurso inmunológico de un sistema democrático radica en la solidez de su sociedad. Si el modelo neoliberal tuvo éxito en “infectar” el organismo económico y político de los países latinoamericanos fue porque aprovechó sus deficiencias estructurales, básicamente la debilidad de su sociedad civil. Únicamente una sociedad fuerte y bien organizada puede desarrollar defensas contra modelos autoritarios, inequitativos o depredadores.
El actual gobierno manifiesta una marcada tendencia a recurrir al potencial antibiótico del Estado para combatir las “infecciones” que afectan al país; en el fondo, no cree en la capacidad de defensa y respuesta autónomas de la sociedad.