Susana Cordero de Espinosa

Ante el estigma

Apareció “La peste”, de Camus, y Sartre criticó su moral del esfuerzo individual, la de la compasión de cada individuo por el otro, porque no cambiaba en nada la realidad pestífera. ‘Moral de cruz roja’, la llamó con desprecio. ¿Acaso la difícil filosofía sartriana implícita en “La Náusea”, repulsa y asco ante el sinsentido de la vida, el vivir ‘para nada’ de Roquentin, contribuyeron más a cambiar el sufrimiento humano, de lo que lo logra el talante humilde de reconocer que algo se puede hacer para elevar la vida de los otros e impedir su muerte? Esta última actitud moral permanece, aun entre las diferencias de los dos grandes literatos: Sartre escribió a la muerte de su examigo: “Camus contra la Historia fue el heredero actual de esa larga ascendencia de moralistas cuyas obras constituyen lo que hay de más original en las letras francesas. Su humanismo testarudo, estrecho y puro, austero y sensual libraba un combate dudoso contra los acontecimientos masivos y deformes de este tiempo”.

La historia reivindicó a Camus y abatió el maoísmo sartriano. “La peste” nació como denuncia del horror de la guerra, sabiendo que si los pequeños gestos de cada día salvan a pocos, contribuyen a dar a la vida un tono humanitario y sancionan a quienes, habiendo podido ayudar y consolar no se inclinaron un instante ante el dolor individual ni buscaron su sentido, a fin de atenuarlo.

La pandemia llena nuestras preocupaciones. Solo podemos abordarla moralmente. ¿Adherimos todos al deseo humanísimo de que muera la menor cantidad de gente?, ¿anhelamos construir un mundo menos enfermo de cuerpo y alma? Sin embargo, conocemos a individuos que aspiran a que la enfermedad permanezca, para medrar: que entregaron a precio de oro bolsas de basura para los cadáveres; lucraron de medicinas, vacunas y mascarillas; que robaron y siguen, y quieren seguir haciéndolo. Para colmar sus ‘razones’, cuanto más dure la pandemia, mejor.

La mayoría de los médicos arriesgan sus vidas para salvar las de los demás; enfermeras y administrativos, en mal provistos hospitales, dan cuanto pueden tratando de no sucumbir al riesgo de la enfermedad; se distancian de sus hijos y de sus esposos o esposas y sufren las consecuencias del cansancio y la angustia, mientras otros solo piensan en ‘subir’ a costa de quienes enferman y mueren… ¿A cuál, de entre estos dos extremos adherirnos? En nuestra actitud se encuentra implícita una cuestión ética, que no se menciona, pero pesa infinitamente en estos terribles momentos. Qué distintos los individuos que dan sus días y noches para sanar; que comparten con los necesitados lo poco que tienen; que madrugan a hurgar en las grandes bolsas de basura y recoger cartones y papeles para reciclar, vender y sostener a los suyos; qué distantes de los sedicentes asambleístas que esperan la oportunidad de pactar para disimular latrocinios y desvergüenzas. ¿Enumerarlos, enumerar sus deseos, sus planes, sus enjuagues vergonzantes? ¿Para qué?

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