Más allá de los tiempos de lluvia y de sol, los ecuatorianos estamos entrando en la estación de una niebla vaporosa que envuelve la mente de tristeza e inquietud. Nos asedian, nos intoxican y carcomen la ansiedad y unos pálpitos de extraños temores insistentes acerca de nuestro futuro colectivo.
Los pálpitos de extraños temores insistentes nos producen ansiedad. ¿Estaremos en un futuro más o menos próximo enrumbándonos a La Habana, a Caracas, a Buenos Aires, a Tegucigalpa? Sin Castro, sin Che, y con un Estado que nos vigile y nos deje sin libertad a cambio de frejoles y jamón. Sin Maduro ni Diosdado, pero con la mafia dueña de la Plaza Grande, el Panecillo y la Guaragua. Sin Fernández ni Cristina, pero con la brujería de un dólar de hecho devaluado y un desempleo atroz. Sin maras salvatruchas, pero con millones de emigrantes huyendo de un sin futuro. Y el tren de la ansiedad pitando: pitando fúnebre, pitando desolado.
Desde hace rato creo que Ecuador es un paraíso. El embajador José Ayala Lasso, persona cabal y que se conoce el mundo entero por su sensatez de diplomático, decía en el seno de una amable conversación, con la espontánea frescura del amor y la verdad, que Ecuador es un país tan bonito, tan variado que en tan poco espacio sobresale en el mundo. Y añado yo: de naturaleza y paisaje tan armónico y elegante y, a trechos, majestuoso. Pero ¡cómo lo hemos maltratado y afeado! Y al haber procedido así, cómo nos hemos afeado nosotros mismos.
Con frecuencia la angustia acompaña a nuestra neurosis política, una enfermedad cuyos síntomas son la envidia y el llevar a peor parte lo que oímos, frutos venenosos de nuestro descuidado jardín interior. Todo nuestro cuerpo social de la cabeza a los pies está enfermo del peor género de corrupción: la leucemia social de que no nos importe el país, cierta impavidez andina, cierta avidez costeña, cierta soberbia de exlanza, pluma y taparrabo. No somos de verdad una nación sólida. Mentira que un estado no puede quebrar. Haití es un ejemplo.
Se nos vienen las elecciones regidas por una ley remendada que se traga el voto del ciudadano y engorda a los de siempre. Una Asamblea calculadora, un Consejo Electoral, pese a la valía de sus componentes, de vergüenza sin diéresis y cuya cabeza se ha convertido en tzantza de un partido político.
La suerte del país se debatirá entre el liberalismo económico y el populismo utópico. El primero lo salvará. El segundo, lo mandará al cesto de la basura internacional y el hambre. El liberalismo económico no tiene asegurado el triunfo, pues anda dividido por mezquindad de alma. Y si no se une, perderá Ecuador.
Salgamos de la impavidez, salvemos a Ecuador y no solo en las próximas elecciones sino en el cada día con decencia, dignidad y acciones solidarias. Sin amor no hay Ecuador. Prohibido que te quejes tú, si no has hecho nada para sacar adelante a esta tierra tan azul y bella.