El 31 de agosto de 2010 será recordado como el día en que Estados Unidos terminó su guerra en Iraq. Fueron siete años absolutamente innecesarios, dolorosos, tortuosos y excesivamente costosos para muchos, pero especialmente para el pueblo iraquí. Se perdieron 100 000 vidas iraquíes, y 4 400 vidas estadounidenses a más de muchas de los soldados aliados. La guerra terminó devastando el país sin ofrecerle a cambio un futuro mejor. El peligro de Saddam Hussein terminó siendo un juego de niños al lado de milicias asesinas, señores de la guerra, terroristas de Al Qaeda y líderes chiitas que hacen imposible la vida en ese país.
Esta es la primera vez en la historia en que una superpotencia declara terminada una guerra, sin declararse vencedora. Estados Unidos se había declarado vencedor hasta de la guerra en Vietnam, sólo años después reconoció su derrota. Ahora es distinto, simplemente Barack Obama decidió decir la verdad: en esta guerra no hay vencedores ni vencidos, solo daño, destrucción, muerte y una economía profundamente afectada por una guerra que costó tres millares de millones de dólares o poniéndolo en sus términos, tres trillones de dólares. Demasiado para tanta muerte. A pesar de lo que digan los halcones y los realistas que viven en el pasado, esta vez la guerra no mejoró la economía, no creó más empleos, solo más costos, sin que las ventajas de la bota militar en suelo extraño dé ninguna ventaja en términos reales. Ni siquiera pudieron levantar la producción petrolera, y fue constante la amenaza de insurgentes.
Lo más importante para el mundo hoy, es que las lecciones de Iraq y próximamente del retiro de Afganistán han creado una nueva doctrina, la doctrina Obama que significará en términos reales el fin de la era del excepcionalismo norteamericano. Obama anunció que no buscarán más victorias pírricas donde se venza al enemigo en poco tiempo, mientras los costos hipotecan el poder americano por décadas. Anunció una era sin ceremonias de rendición. Y declaró además que dos fueron las lecciones más importantes de la guerra en Iraq: la primera, que la influencia estadounidense en el mundo no es directamente proporcional a su fuerza militar, pues sin la diplomacia, la democracia y una economía dinámica, todo lo ganado se puede venir abajo. La segunda, que en la búsqueda del poder vía imposición de la fuerza solamente, EE.UU. se olvidó de la misión que todo país tiene en su política exterior: cuidar sus intereses y solo velar por ellos.
¿Estamos iniciando una nueva era? No hay razones para el optimismo. La doctrina Obama solo durará mientras el declive económico mantenga la humildad en la clase política y en el electorado. Pero los halcones republicanos con Sara Palin a la cabeza están ganando espacio rápidamente en estas elecciones en el Congreso y nadie dice que no puedan tomar la Presidencia en el 2012.