De aquí a unos años tendremos que buscar en los diccionarios el sentido de la palabra consenso. Nos veremos obligados a desempolvar la idea misma del diálogo político como vehículo para los acuerdos, como forma relativamente civilizada de hacer política.
De aquí a unos años vamos a tener que desenterrar el verdadero significado del concepto de oposición, es decir la posibilidad de que exista una real alternativa de poder, con propuestas y programas sensatos, que pueda legislar y fiscalizar y que pueda competir en elecciones libres y no amañadas.
De aquí a unos años vamos a necesitar reinventar el concepto de democracia, un sistema distinto a la popularidad del líder de turno, al blanqueamiento de los actos del poder en plebiscitos y referéndums y al atiborramiento de propaganda oficial. Tendremos que, necesariamente, sentarnos a discutir la implementación de un sistema que respete la voz de las minorías, que tenga como objetivo reducir las desigualdades y las exclusiones, en el que se respete la opinión ajena y en el que se apliquen de forma efectiva las instituciones universalmente reconocidas, como el republicanismo, la división y el límite del poder y la responsabilidad de los funcionarios y dignatarios públicos.
De aquí a unos años nos veremos obligados a repensar nuestros pomposos ensayos de alquimia constitucional, a discutir si de verdad necesitamos cinco o seis poderes del Estado, a debatir si de alguna forma a los ciudadanos nos mejora la vida la existencia de la Función de Transparencia y Control Social, a considerar si necesitamos docenas de ministerios.
De aquí a unos años será bueno que repensemos nuestro concepto de la ciudadanía, que nos convirtamos en ciudadanos deliberantes y no apenas obedientes, que avancemos hasta dejar de ser un simple número en el padrón electoral, una simple estadística en los ratings de cadenas nacionales, un simple borrego que marcha y se planta a cambio de un sánduche.
De aquí a unos años, con total seguridad, tendremos que aguantar una nueva asamblea constituyente de plenos poderes o algo por el estilo, que redacte otra Constitución, de modo que seriamente aspiremos a romper de una vez por todas el récord del país con más cartas políticas.
De aquí a unos años seguiremos diciendo que ya no vamos a depender más –nunca jamás- del petróleo, pero seguiremos pendientes de los precios internacionales del crudo y, por tanto, de la supervivencia misma de la República.
De aquí a unos años los políticos de hoy serán los “outsiders” del mañana, y los “outsiders” del mañana serán los nuevos salvadores de la patria, los encargados de velar por nuestro bien, de tutelarnos.