El pasado octubre, el semanario The Economist se preguntaba si en este 2024, en el que han votado democráticamente más de mil millones de personas, había triunfado la democracia. Para que así fuese, insistía en que era fundamental que las elecciones americanas se desarrollasen con toda normalidad. La memoria del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 todavía permanecía en las retinas, como uno de los hechos históricos sin explicar.
Lo cierto es que el año concluye con una rotunda victoria del expresidente, Donald Trump, despejando toda duda sobre la salud democrática del mundo. Por el camino, es cierto, nos hemos dejado algunos cadáveres, como el del heroico opositor ruso, Alexei Navalny. Además, en 2024 han sido asesinados en el mundo 54 periodistas, 550 han sido encarcelados, y 55 secuestrados. No hay democracia sin prensa libre.
En cuanto a los borrones democráticos, los más resaltables han sido las dudosas elecciones venezolanas, que han dejado al presidente electo, Edmundo González en un exilio “momentáneo”, a la espera de su regreso a Venezuela el próximo 10 de enero. Asimismo, ha emborronado la hoja de ruta, el inexplicable amago de imponer la ley marcial en Corea del Sur, por parte de su actual presidente, Yoon Suk Yeol. En cualquier caso, los ojos del mundo están puestos en la democracia más poderosa del mundo, y en lo que ha haga su presidente a partir de ahora.
El pasado 4 de diciembre en Pekín, en la conferencia sobre Gobernanza Global en la era Trump 2.0, el profesor Amitav Achaya hacía gala del más radical pesimismo. Descomponía el nombre del presidente Trump en una especie de acróstico, que no reproduciré en su integridad, pero que venía a decir que las letras de su nombre representaban todo menos la confianza, coherencia, y pausa que necesita la política internacional (T de Trust No(confianza No); R de Rapid, precipitado; U de Unilateral; M de Me, por decir que Trump no mira por los otros; P…).
De momento, el presidente Trump ha invitado al presidente Xi a su toma de posesión, como muestra de que está decidido a retomar las relaciones bilaterales entre ambos países, al más alto nivel. El mandatario chino ha declinado, pero se especula que estará representado por un alto dignatario. Los posibles candidatos serían el vice-presidente, Han Zheng, o el recurrente Ministro de Exteriores, Wang Yi.
El hecho es insólito, pero Trump también es insólito. Ningún presidente extranjero había sido invitado antes. La invitación de Trump ha cogido con el pie cambiado no solo a Xi, sino a la comunidad internacional. Se dice que Xi llevaba un tiempo, intentando sin éxito acercarse al círculo más íntimo de Trump. Con este gesto, el americano le daba la oportunidad de un cara a cara al tiempo que tomaba la iniciativa de quien juega con blancas.
También se dice que Trump es muy consciente de que la gente le ha elegido para que cambie de manera de hacer las cosas en Washington. “Este es un ejemplo del presidente Trump creando un diálogo abierto con líderes de países que no solo son aliados, sino también nuestros adversarios y competidores,” dijo a Fox News, la portavoz de Trump, Karoline Leavitt.
Los gestos los conforman pequeños detalles, rodeados de múltiples e invisibles señales, que es preciso detectar para hacer política, que ya se sabe que no vive de otra cosa más que de gestos. En El año que vivimos peligrosamente, el personaje de Billy Kwan, lo dice muy bien hablando de la intangible política, que impregna toda la película:
Lo invisible está por todas partes —particularmente aquí en Java.
Puede ser que en esta nueva versión Trump 2.0., el mandatario americano quiera pasar a la historia más como un presidente que intentó cambiar las maneras de cómo se hacían las cosas, que como el impulsivo y errático presidente de la primera legislatura. Veremos. ¡¡Desde luego viviremos peligrosamente!!