Un año lleno de tensiones

La incertidumbre y las tribulaciones marcaron un 2019 donde los ejes centrales de la economía, lo social y la política estuvieron surcados de líneas transversales que lo perforaron.

Tras la constatación de las herencias de una economía cruzada por el clientelismo y el derroche, llegó la decisión valiente de sincerar las cifras y buscar aliento en el Fondo Monetario Internacional.

Los expertos siempre señalan que una economía sana no tiene razones para acudir a la medicina extrema del FMI, muchas veces, una terapia intensiva. Los compromisos del país fueron claros y la sensibilidad del organismo suficiente para dar énfasis al tono social del destino de los recursos.

Lo que nunca logró el Gobierno sintonizar con nitidez es la eventual reacción ante una liberación requerida de los precios de los combustibles, subsidiados por años y con claros ganadores. Subsidios para ricos y clases medias. Un absurdo.

Pero el famoso diálogo y acuerdo jamás pudo calibrar que una medida así hubiese podido tener una deriva violenta.

Llegaron las protestas de octubre, despellejaron una llaga represada. Choferes - y empresarios poderosos del transporte -, campesinos - y dirigentes indígenas con agenda política propia y radical- . Y el combo de la revolución ciudadana con afán de deponer al régimen y pescar a río revuelto.

La ministra de Gobierno, María Paula Romo, con Miguel Rivadeneira de EcuadoRadio (Radio Quito, Platinum y TVC) analizó los hechos de octubre; dijo que se debe juzgar a los responsables. Sin aludir a la indispensable independencia de la justicia no quiso pensar que el dictamen de medidas sustitutivas para los dirigentes encausados por rebelión obedece a presiones.

La protesta de octubre bloqueó al país. Destruyó Quito, cerró carreteras y dejó pérdidas millonarias (ya contadas en esta publicación). Además, mostró la debilidad del Régimen, la agresividad de los manifestantes, su grado de violencia y su falta de respeto a los que piensan distinto. Todo un duro pero importante ejercicio que desnuda ante todos la poca vocación democrática de una dirigencia indígena que desbordó las formas de los líderes históricos y que ya mide y expone su ambición electoral.

Mientras todo eso ocurre el país afronta graves problemas de inseguridad. La frontera es un sitio donde el contrabando y las bandas mafiosas han operado y el Estado y sus fuerzas del orden deben responder y garantizar la vida y seguridad de la gente.

La justicia actúa lenta y perezosa, se ahoga en miles de expedientes y la demanda ciudadana de recuperar los dineros de la corrupción, juzgar y condenar a los culpables sin impunidad es deuda pendiente.

En ese marco llega 2020, será la antesala de una campaña electoral adelantada con candidatos ya cantados, visiones radicales, otras conocidas y repetidas y acaso sorpresas fuera de las tiendas acostumbradas.

El pasado quiere volver, los radicales, crecer, el centro izquierda está ayuno de liderazgo. Una foto de un país perplejo. 

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