Año de la fe

La turbulencia de los tiempos actuales nos espolea a vivir de manera vertiginosa y pretende trastocar el auténtico sentido de nuestra existencia; obnubila la cotidianidad, en medio de lo material, lo superficial, lo pasajero, lo fácil, lo desechable; incita a soslayar lo trascendente, embadurna afanes humanos con egoísmo, desunión e intransigencia. Cuánta violencia, falsedad, injusticia -a todo nivel- palpamos diariamente; las tétricas noticias -locales y foráneas- amedrentan, exacerban la desesperanza, el pesimismo, advierten el oscurecimiento de valores y virtudes.

Ante tan desolador panorama, el ser humano ansía vientos de esperanza, clama por momentos de reflexión, de paz, por el reencuentro con su dimensión espiritual.

Oportuna llega la convocatoria del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica para vivir, desde el próximo 11 de octubre hasta el 24 de noviembre del 2013, un año que, de acuerdo con sus propias palabras, “será un momento de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo”.

Fe, qué incomparable don para quienes la poseen y qué intrincado enigma para aquellos que no la comprenden y que incluso la rechazan.

Fe que mueve almas, como a todas esas que multitudinariamente escoltaron, la semana pasada, a la imagen reliquia de la Virgen de Guadalupe, en la Basílica del Voto Nacional, donde todos se hicieron uno, precisamente, en la fe, sin que importen sus diferencias de edad, condición económica, cultural ni social.

El inicio del Año de la Fe es coincidente con el cincuentenario de la iniciación del Concilio Vaticano II (1962) y con el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992).

Dos hitos notables para el afianzamiento de la doctrina católica, que marcan la ruta de avance, iniciada con los primeros apóstoles y continuada por todos quienes formamos parte, desde nuestro bautismo, de esa gran barca guiada por Jesucristo.

La misión de la Iglesia es, precisamente, conservar el depósito de la fe, designio que fue reafirmado en el Concilio Vaticano II. La iglesia no solo está conformada por sacerdotes, religiosas y religiosos, la mayor parte somos los laicos, quienes estamos en medio del mundo; pero qué poco conocemos la doctrina de nuestra fe, que se encuentra accesible, explicada de forma didáctica, actual, expuesta de manera bíblica y litúrgica en el Catecismo de la Iglesia Católica, documento magníficamente logrado por Juan Pablo II y al que todos los bautizados católicos deberíamos acudir en la búsqueda de respuestas y fundamentos legítimos.

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