Como “mandado a hacer”, la lectura que la Iglesia Católica nos ofreció el sábado 22 de febrero (durante el silencio electoral), tomada de la carta del Apóstol Santiago, es una pieza literaria perfecta para la meditación de todos los políticos y también de los que no lo somos:
‘Hermanos míos, no quieran muchos ser maestros, ya saben que los que enseñamos seremos juzgados más severamente. Todos fallamos muchas veces: el que no falla con la lengua es un hombre perfecto, capaz de dominar todo el cuerpo. A los caballos les ponemos un freno en la boca para que nos obedezcan, y así guiamos todo su cuerpo. Observen las naves: tan grandes y arrastradas por vientos impetuosos: con un timón minúsculo las guía el piloto a donde quiere. Lo mismo la lengua: es un miembro pequeño y se cree capaz de grandes acciones. Miren cómo una chispa incendia todo un bosque. Y la lengua es fuego. Como un mundo de maldad, la lengua, instalada entre nuestros miembros, contamina a toda la persona y hace arder todo el ciclo de la vida humana, alimentada por el fuego del infierno.
La raza humana es capaz de domar y domesticar toda clase de fieras: aves, reptiles y peces. Pero nadie logra dominar la lengua: mal infatigable, lleno de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, con ella maldecimos a los hombres creados a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, no debe ser así. (Santiago3, 1-10)’.
Ojalá los ecuatorianos podamos tomar un momento de nuestro tiempo para meditar y profundizar en la sabiduría de estas palabras.