A propósito del acuerdo de libre comercio que firmó el Ecuador con la Unión Europea – al que se da otro nombre para justificar el cambio de posición al que obliga la realidad-, cabe lamentar que no se negociara conjuntamente con Colombia y Perú, no solo porque esos países suscribieron el Acuerdo hace varios años, y el Ecuador acaba adhiriéndose ahora -para lo que los dos países debieron conceder su conformidad-, sino por el hecho de que ninguno de los países, ni Colombia, ni Perú, ni Ecuador solos, tienen la fuerza suficiente para enfrentar los intereses de las potencias mundiales.
De ahí que la negociación conjunta, como se la planteó originalmente, presentaba mayores posibilidades de obtener beneficios, utilizando los argumentos geopolíticos y económicos adecuados que, obviamente, son mayores sumados los tres países que los de cada uno individualmente. La unidad que se ha reclamado siempre, y que casi nunca se ha mantenido, es la única arma efectiva para negociar en mejores condiciones.
Si así se hubiera procedido al tratar la deuda externa latinoamericana, otra habría sido la realidad. Si al explotar el problema en México hace décadas, en lugar de arreglos unilaterales, habrían negociado conjuntamente México, Brasil y Argentina, los acreedores se habrían visto obligados a adoptar otra actitud y a acordar condiciones menos onerosas.
Lamentablemente, los intereses parciales y la habilidad para dividir toda posible unidad se han impuesto en ese y otros episodios.
Como en todo acuerdo, hay ventajas y riesgos. Es obvio que en este caso existen y son grandes. Uno de los aspectos que siempre se debe considerar es que efecto tiene en nuestra economía si Colombia y Perú suscriben el Tratado de Libre Comercio, como lo hicieron, y el Ecuador no: los productos materia de esos acuerdos ingresarán al Ecuador por las dos fronteras, independientemente de que lo acordemos o no, no solamente por la enorme corrupción que existe en las aduanas nacionales, sino por la dinámica del comercio regional. Es una incidencia negativa real y grande, que causa los problemas previsibles sin obtener ventajas posibles.
Ecuador ha tenido desde hace años una economía abierta, sin suscribir tratados de libre comercio. Tarde o temprano habrá que dar seria atención al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, cuyos integrantes representan más del 54% del comercio mundial, del que somos tímidos observadores, al que llegaremos también tarde limitando así sus beneficios. Así como se peca por comisión, ocultar esos riesgos o no tomarlos en cuenta puede ser un pecado de omisión.
Las posiciones maniqueas, que atribuyen a los tratados de libre comercio poderes mágicos y las que todo satanizan, calificándolos de suicidio, son contrarias a la objetividad y al interés nacional de largo plazo.