Si hay alguna de las características de los ecuatorianos que se haya agudizado y llevado a los extremos es la intolerancia.
El respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, ha desaparecido. Es impresionante el nivel de intolerancia, casi a cualquier nivel. Al que piensa de manera diferente se le descalifica y menosprecia. Esta tónica, sin duda practicada por el gobierno y desde el gobierno, se generaliza. Casi todos actúan de la misma manera. Nadie puede opinar de manera diferente a lo que piensan o predican las dos alternativas electorales, o sus estrategas y adherentes.
Para los unos se viene el apocalipsis si el otro gana. Y la salvación de las llamas del infierno si lo hace el suyo.
Para los unos todo es malo y censurable. Nada bueno se ha hecho. Todo hay que arrojar a la basura. Para los otros todo es perfecto. Es otro país. Nada se debe cambiar porque eso implica el retorno al pasado infecto.
Para los unos todos los otros son corruptos. Para los otros nunca ha habido tanta honradez: son los asaltantes del pasado los que no pueden hablar de honestidad.
El castro-chavismo se nos viene dicen los unos, como si la mala situación de nuestra economía fuera similar a la catastrófica realidad venezolana, o el ejército estuviera inmiscuido en el gobierno, como allá. Los asaltantes de los depósitos de los pobres dicen los otros, generalizando injusta y perniciosamente.
No hay término medio posible. Todo es blanco o negro. Todos son amigos si están de acuerdo con lo que digo o enemigos si no. No hay adversarios, hay enemigos. Creyentes o infieles. Nadie opina, todos dictan cátedra.
Extremar las cosas impide estar con la verdad. Ningún gobierno hace ni hará todo bien ni todo mal. El complejo de re fundación de los políticos ecuatorianos destruye, no construye. Los periodistas, inteligentes e ilustrados no informan, comentan u opinan, pontifican. Soberbia, envidia, ira, pecados capitales resumidos en la intolerancia. El Presidente, intolerante, la ha practicado y agudizado. Y casi todos, contagiados y exacerbados, compiten ahora por el primer puesto.
Hay que escuchar y respetar la opinión ajena. Las maneras distintas de ver las cosas, sus decisiones, aunque no se compartan o no se entiendan. Pensando más allá de la punta de la nariz o del 2 de abril, en que no empieza ni se acaba el mundo. Pensando que desde mayo, sea cual sea el resultado electoral, el país tendrá que cambiar. No podrá ser un gobierno similar al que tenemos. Ni la realidad ni la personalidad de los actores lo permiten. Habrá necesidad de apertura y consensos, porque la realidad económica y política lo exigen. Ninguno podrá hacer lo que le dé la gana. Tendrán que resistir reacciones represadas, y exigencias, justificadas o no. Tendrán que ser tolerantes, virtud ausente ahora. Si no lo hacen, será más difícil que puedan gobernar. La crítica realidad no admite más intolerancia ni maniqueísmo.