Julio César Trujillo vivió –y murió- haciendo política como un caballero. Hay el criterio, generalizado, de que la política es una actividad sucia, en la que están presentes –y permitidas- toda clase de acciones, aún las limpias. Y esto no es cierto.
La política es una actividad que incumbe a quienes participan en ella, pero que afecta a la mayoría de ciudadanos, lo que obliga a ejercerla con apego a la ética más estricta, que implica un comportamiento riguroso en lo público y en lo personal.
El que la política sea “el arte de lo posible”, por las dificultades que las diversas circunstancias presentan, no admite cualquier tipo de acciones.
Es la ausencia de ética en la política la que la desprestigia y coloca en el sitial de la peor de las actividades.
Por eso, principalmente, ciudadanos valiosos y los jóvenes, se excluyen de participar, con lo que son los aventureros y los audaces los que lo hacen, y se imponen.
No es cierto que para conseguir metas políticas se pueda hacer cualquier cosa. Sin duda es más fácil gobernar sin respetar principios y libertades.
Los problemas y desafíos de la democracia consisten en alcanzar la efectividad a pesar de las limitaciones que los pesos y contrapesos imponen, a la vez que evitan el abuso y la corrupción, y que pueden dificultar la gobernabilidad.
Con el argumento de que hay objetivos que se deben alcanzar, no se puede poner de lado el comportamiento ético.
“El “realismo político” conduce a la postre a la amoralidad, a la inmoralidad o a la doble moralidad. La primera es la ausencia de principios éticos, la segunda es su transgresión deliberada y la tercera es la doblez y la hipocresía.”, dice Rodrigo Borja en su Enciclopedia de la Política.
Mahatma Gandhi decía, con sabiduría, que lo que es éticamente malo para un individuo es igualmente malo para una comunidad o una nación, contrariando las proclamas de que la eficacia en las acciones políticas es más importante que la moral.
Y la ética en la política no puede reducirse, solamente, a manejar los dineros públicos escrupulosamente.
La ética obliga a no robar, a no mentir. A no dejar robar. A escuchar y valorar los planteamientos contrarios. A hacer los acuerdos que se vuelven indispensables para la gobernabilidad, con transparencia, y a cumplirlos y no satanizarlos con hipocresía. A rectificar. A no acusar sin fundamento. A no calumniar. A no insinuar, la más infame de las formas de calumniar. No es cierto que el fin justifique los medios.
Julio César Trujillo es el ejemplo de que se puede hacer política éticamente.
En sus diferentes actividades, públicas y privadas, principios morales guiaron su vida. Al último, asumió con valentía, rectitud y acierto, la responsabilidad de desmontar la maquinaria que desinstitucionalizó al país. Demostró, a lo largo de su vida, que se puede hacer política sin dejar de ser caballero.