Parafraseando en parte a Julio Cortázar, que encontró en insurrección de Nicaragua elementos de violenta dulzura, que contribuyeron a labrar el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en el ya lejano 1979, hoy encontramos aspectos asombrosamente similares. La historia se repite como un ciclo fatal.
Los estudiantes luchan en las calles. El detonante se encuentra en las reformas que critican como neoliberales del Gobierno del sandinista Daniel Ortega. Los estudiantes aluden a la prohibición de organización, como la dictadura de Somoza y la represión de la policía semeja a la brutalidad somocista, con altas cuotas de muertos y heridos.
Hay un análisis de la comandante guerrillera Mónica Baltodano, una disidente del Frente Sandinista, que se titula: ‘La Nicaragua sublevada’ y explica el momento. Aún recuerdo aquella ventosa noche de noviembre del 84 frente al lago de Managua cuando Baltodano, con un jean apretado y camiseta rojinegra, compartía la emoción el triunfo electoral del binomio Ortega-Ramírez, cinco años después del triunfo por las armas.
Sergio Ramírez es crítico de Ortega y su sistema para perpetrarse en el poder. El premio Cervantes de literatura es otro de los disidentes, como lo fueron los hermanos Cardenal, sacerdotes progresistas y ministros del primer sandinismo, o Carlos F. Chamorro, director del Diario Barricada, Órgano oficial del FSLN, hoy al frente de un programa de TV crítico con Ortega. Del FSLN, cuyo líder, Carlos Fonseca, fue mártir en los albores de la guerrilla, solo quedan en el poder Ortega y Bayardo Arce. De los nueve comandantes de la revolución del FSLN (Felices Son Los Nueve, ya decían en 1984) dos murieron, otros son indiferentes al Gobierno y varios, opositores. Nicaragua sigue siendo ‘violentamente pobre’ como antes.
Y hay otros elementos, fraude electoral, control de la justicia y corrupción. Los vicios de toda dictadura a lo Somoza, ni más ni menos, cerca de los 40 años después de la revolución. Un absurdo.