Aunque las últimas semanas el presidente Lenín Moreno ha apuntalado su propuesta de diálogo con diferentes sectores, aún es una incógnita si eso le alcanzará para sortear el mayor lastre de su Gobierno: el juicio político al vicepresidente Jorge Glas.
Desde que está en el poder, Moreno ha cumplido su principal oferta de campaña de dialogar con todos los sectores para encontrar salidas consensuadas, lo cual contrasta radicalmente con el anterior Gobierno.
La última década el país vivió un ambiente de confrontación, en el que primó un modelo que giró en torno a Rafael Correa, caracterizado por la descalificación del otro.
Así, se instaló la lógica de las verdades absolutas, que excluyó la divergencia y la crítica. Sobre todo, se menospreciaron las denuncias de corrupción que la prensa y legisladores de la oposición ventilaron desde los primeros años de la anterior administración, sin que existan respuestas efectivas para erradicar una práctica que, estimulada por la impunidad, se volvió sistémica.
La opacidad y el secretismo se convirtieron en la norma, especialmente en el sector energético donde luego se ideó la figura del giro específico del negocio. Al frente de esta área estuvo Jorge Glas, a quien la oposición identifica como el responsable político de contrataciones plagadas de irregularidades.
En su última comparecencia a la Asamblea, Glas destacó sus logros; pero no aclaró las dudas sobre su responsabilidad en los actos, por ejemplo, de su tío Ricardo Rivera, enjuiciado por facilitar la entrega de contratos a Odebrecht, y los supuestos sobornos por USD 13 millones. ¿Cómo Rivera gestionó esas contrataciones si ni siquiera ocupaba un cargo público? ¿Quién le facilitó esa influencia?
Hasta que las principales incógnitas se despejen en el campo judicial, el desgaste del Vicepresidente es progresivo. Y se evidencia en el intenso cabildeo para su juicio político. Ésta, sin duda, es una prueba de fuego para Moreno que hasta el momento ha dado señales claras de su compromiso con la lucha anticorrupción.