Ahora la bola está en la cancha de la Asamblea Nacional. El presidente de la República, Rafael Correa, acaba de remitir un oficio a la legislatura en el que solicita -de acuerdo a lo anunciado el pasado 10 de agosto en su Informe a la Nación- la amnistía para el ex vicepresidente Alberto Dahik.
Como es de conocimiento público, Dahik vive exiliado en Costa Rica luego de que fuera sindicado en 1995 por la justicia ecuatoriana por supuestos actos de corrupción. Se le acusa de peculado y cohecho por el uso de indebido de gastos reservados.
Y aunque el actual fiscal, Washington Pesántez, ha señalado claramente que la amnistía para Dahik no procede, la Asamblea Nacional, en lugar de rechazar la propuesta de Correa, ha terminado por someterse dócilmente. El argumento que se esgrime es que el señor Dahik fue un perseguido político del ex presidente y líder del Partido Social Cristiano, León Febres Cordero.
Es realmente inaudito que pese a existir un proceso judicial donde reposan pruebas y testimonios, el presidente de la República irrespete la independencia que debería existir entre los diferentes poderes del Estado, poniendo a la legislatura y al poder judicial en una situación realmente incómoda.
El Ecuador ha entrado en una profunda crisis. El caso Dahik es un ejemplo de ello. La Constitución y las normas no se aplican a cabalidad. La inocencia o culpabilidad de quiénes han cometido delitos no se dirimen en el sistema de justicia. Lo único que vale es el edicto de quien ha secuestrado los principales órganos de control del Estado y se ha autoproclamado como nuevo dueño del país. Solo él tiene el poder y la fuerza para convertir pecadores en santos, neoliberales detestables en paladines de la justicia. Dahik no es un perseguido político, como dice el señor Correa. El ex presidente de la Asamblea Constituyente, Alberto Acosta, ha sido tajante: Dahik “no está fuera del país por neoliberal sino por corrupto. Utilizó fondos reservados al margen de la ley para comprar, entre otras cosas, conciencias de diputados”.
Supongo, como decía Nietzsche, que los valores cambian y se transmutan. Y, claro, si comparamos con lo que sucede ahora, lo de Dahik es juego de niños. Por eso el padre del neoliberalismo en Ecuador es un santo para Correa. ¿Serán también Bucaram y Mahuad? ¿La amnistía para Dahik es para dejar el camino libre para los otros? Si no es así, ¿por qué se da tantas vueltas señor presidente y nos dice cuando viene el loco de Panamá?
El país no está para juegos, peor para que lo sigan sumiendo en una profunda crisis. La amnistía no procede pese a todo lo que quieran arguir.