Amistades resbalosas

Estoy casi convencido de que si no se hubiera atravesado el incidente personal que acabó con la amistad de dos grandes escritores, aquello que a partir de cierto momento los separó políticamente, podría haber sido un ingrediente digerible y estimulante de esa amistad.

Ambos escritores decidieron mantener en secreto el folletín privado que dio origen al incidente. Esto hizo posible que se conservara vivo el respeto mutuo y que, en ciertos momentos, se insinuaran señales de humo, no tanto para recuperar una amistad perdida como para refrendar algo que, seguramente, no salió herido de aquel episodio indeseable: la admiración de cada uno por la obra literaria del otro.

La más mezquina interpretación de esta "enemistad" sin enemigos es la que habla de celos profesionales o envidias. La versión es tan endeble, como la que se sustenta en las diferencias políticas: el Vargas Llosa que, hacia 1967, rompía con la revolución cubana y el García Márquez que, al empezar el camino de la gloria, estrechaba sus relaciones personales con Cuba y Fidel Castro.

Estoy leyendo sin evitar repentinos ataques de risa 'El hombre que no fue Jueves', la inteligente y sabrosa novela de Juan Esteban Constaín sobre el "proceso" de canonización del gran escritor G. K. Chesterton, que el papa Benedicto XVI habría desempolvado de "las cuevas del Vaticano". Se trata, sin duda, de una novela chestertoniana.

No pretendo hacer una reseña de la novela sin haberla leído en su totalidad. Resalto un episodio muy divertido: "el más absurdo partido de tenis en toda la historia de Inglaterra", jugado entre el católico inglés Chesterton y el socialista irlandés Georges Bernard Shaw.

Ambos, "implacables con sus adversarios", estaban allí, ante los periodistas, dándose raquetazos dialécticos, echándose puyas, sacándole punta al lápiz que los separaba. Sin embargo, se mantuvieron unidos en el partido sin que ninguno de los dos renunciara por un instante a su identidad. Esto es lo que se cuenta en la novela.

Este par de genios, bendecidos por el milagro del humor, conocieron las tempestades de las ideologías y las cambiantes luces de la fe religiosa en ese comienzo del siglo XX. Ser diferentes los volvía necesarios. Es uno de los argumentos que tengo para suponer que la "querella" que enfrentó al peruano y al colombiano fue, solamente, de una inconfesable vulgaridad folletinesca.

En 1983, un editor barcelonés me encargó escribir una "biografía" sobre García Márquez. Escribí un libro convencional para iniciados, una introducción a vida y obra del novelista. Me negué a una de las condiciones del editor: escribir del episodio que acabó con la amistad. La voracidad informativa de estos días, el luto y los crespones verbales, pretendieron quemar incienso envenenado con esta petite histoire. Creo que la vida de dos inmensos escritores amigos podría haberse vuelto más fascinante con una partida de tenis como la de Chesterton y Shaw que figuró Constain.

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