Al igual que en la vida cotidiana, el gremio político está compuesto por personas con deseos, principios y objetivos afines. Sin embargo, en el caso de la política, encontramos que los políticos también se agrupan entre sí por razones que poco tienen que ver con su ideología y más bien lo que les une son sus intereses personales y de sus amiguetes.
Entre ellos se encubren y se cuidan las espaldas más allá de que tengan o no rivalidades. A final de cuentas, son pocos los políticos que pueden liberar batallas desde el balcón de la honestidad y de la pulcritud de sus actos.
La política, en un inicio, se entendía como el arte de servir a la comunidad para encausar sus necesidades y deseos en busca del bien común.
Para que ello ocurra, y como condición indispensable y natural, se requería establecer la libertad política de agruparse y de que la opinión de los actores cuente con la validez necesaria para que el acceso a ella sea de total libertad y sin condicionamientos.
Sin embargo, el manejo de la política hoy resulta ser y se resume a la capacidad de que aquellos que estén interesados en emprender en esta actividad tengan la “voluntad” inquebrantable de someterse a las leyes de los partidos, de alinearse con los líderes y de que sus opiniones no resulten disonantes a las de los procesos partidistas. En este sentido, el poder y la voz de las masas pierde validez, pierde fuerza y con ello ganan vigencia los intereses personales y del gremio ávido por captar el poder para utilizarlo en beneficio propio.
Lamentable, que gran parte del quehacer político sea malgastado en la consecución de pactos que van más allá de la conveniencia de los votantes y que sobrepasan los intereses nacionales.
La política, como hoy la vivimos, está compuesta de actores (que son muy pocos) y de espectadores (que somos la gran mayoría). A ello, súmese que los actores no logran entender el fin y la razón de ser de la investidura a la que han accedido u optado.
Por otro lado, los espectadores, el pueblo que vota, no tiene la capacidad para agruparse y demandar a sus gobernantes transparencia, legalidad, profesionalismo y la conducta sobre la cual se deben guiar sus actos.
No cabe duda que la actividad política haya caído a los niveles más bajos de aceptación y credibilidad.
Es por ello que al gremio político se lo identifique como un club de amiguetes que, en ocasiones y de acuerdo con las conveniencias personales, construyan componendas alejadas de toda lógica o para que encuentren los mecanismos para protegerse como gremio y que como tal, hayan establecido códigos para mantener a flote sus actividades y para regular, eso sí, de manera dosificada, la salida de aquellos elementos a los cuales no se los puede seguir defendiendo.