¿Qué hacer?

Esta es la pregunta que resume las incertidumbres que acumula la sociedad. Pero no es la única que se la hace. Comparten la inquietud muchos países emergentes, entre ellos la mayoría de América del Sur, que han perdido su dinamismo de inicios de siglo que tanto entusiasmó, especialmente a algunos, cuya motivación les llevó a decir atrevidamente que habían encontrado la fórmula mágica del desarrollo. ¡La soberbia se paga!

La euforia duró lo que la propia historia cuenta y recuenta con insistencia: pocos años. Volvieron a la vida los dilemas, se oscureció el panorama con todas sus tormentas a la vista. Y es que el desarrollo sigue siendo un misterio. Se avanza, a ratos se muestra amable, pero siempre es esquivo. Hay que volver a mirarlo, a interpretarlo para desentrañar los nuevos retos. De pronto enseña algo que no se vio o no se quiso ver. Sin duda, es un proceso que exige aprendizaje permanente. No tiene leyes inmutables. ¡Qué importante es la modestia!

La región tiene su segundo año de recesión. El Ecuador le acompaña. El 2017 ya enseña sus signos y no se ve cambio de dirección. Sigue el achique. Cuántas empresas se quedarán en el camino y cuantos sin empleo.

Se acabó la euforia de los mercados que nutren estas economías. Están de regreso a mirar los términos de intercambio. Volvieron los tipos de cambio a servir de amortiguadores. Casi nos habíamos olvidado de ellos. Ahora, con novedades: en muchos casos sin efectos compensadores en la inflación. Los países ganan competitividad. Las devaluaciones afectan el mundo real.

Surgen los problemas: ¿cómo sustituir las fuentes de financiamiento del crecimiento que se perdieron? ¿Qué hacer ante el fin de la abundancia crediticia y la reversión de los flujos de capitales? ¡De qué manera se pone fin a las economías primarias! Y todo esto para ofrecer empleo, de calidad y durable.

No son temas sencillos ni de solución inmediata. Tienen enormes complejidades y exigen cambios de envergadura. Empezando por conseguir que otros vengan, jueguen con nosotros y asuman riesgos. Que sean serios, transparentes y traigan recursos. Sin esa inyección, la vía del endeudamiento sigue apretando la cuerda. Por ahí ya estamos asfixiados.

Retar a la prudencia está costando caro. Y eso que no vemos todos los daños todavía. El giro de la política económica debe ser profundo, pero cuidadoso. No hay que hacer tonterías. La sensatez se impone. Pero seguir con estos parches para llegar a las elecciones con algún capital político, es programar deliberadamente mayores calamidades.

Necesitamos aliados con recursos y fe en lo nuestro para construir aquello que reemplace lo perdido y, vuelva el país a funcionar. Sin financiamiento orgánico, no hay horizonte.

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