Hacia 1958 Eduardo O. Gorman se planteaba una cuestión, sencilla en apariencia pero capital; decía: “¿Cuándo y cómo aparece América en la conciencia histórica?”. Lo que el historiador mexicano se proponía indagar era el proceso ontológico de este continente. Este problema ha gravitado siempre en el pensamiento de los filósofos, literatos y artistas de Latinoamérica.
Gorman partió de un hecho evidente que se halla al inicio de la conquista española: el primer contacto (violento, espectacular) que se dio entre esos dos mundos tan distintos y distantes: Europa y América. Para aquellos que, en el siglo XVI, dejaron la esquilmada España para buscar un destino en las insólitas tierras de Colón, el Nuevo Mundo “antes que ser una realidad fue una prefiguración insólita de la cultura europea”. Aserto de Gorman que me permito matizar añadiendo que si, en efecto, tal “prefiguración insólita” se produjo fue porque los europeos se toparon con una realidad fabulosa que los hechizó.
Los testimonios de tales hechizos son incontables. Mencionaré solo tres de ellos. Bernal Díaz del Castillo intervino en México a la sombra de Cortés. Su crónica, “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España” supera, en magia y maravilla, al celebradísimo “Amadís de Gaula”.
De la acuciosa pluma del escribano Antonio León Pinelo (siglo XVII) surgió un extrañísimo libro titulado “El Paraíso en el Nuevo Mundo” en el que sostiene que el Edén bíblico estuvo situado en el país de los quijos y que la fruta con la que Eva tentó a Adán fue una pasiflora americana, la granadilla.
En su “Historia del Reino de Quito” Juan de Velasco menciona los “zoophytos”, cosa tan extraña y peregrina que el jesuita la define como: “Planta animal o planta puramente vegetal formada y hecha de un viviente sensitivo”. Así, dice conocer cierto árbol cuyo fruto es un vistoso pajarillo de pico largo y cuya vida es muy corta porque “le falta la puerta al colon recto”.
La lista de hechizos y hechizados de la mágica tierra americana bien podría alargarse, mas no es mi deseo extenderme en tema tan ameno como fabuloso que, bien mirado, hasta podría competir, en prodigio y maravilla, con “Las mil noches y una”. Lo cierto es que lo “real maravilloso”, este inseparable ingrediente de nuestro mundo, ha estado presente siempre en la cultura hispanoamericana.
“¿Pero, qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”, exclamaba Alejo Carpentier. América no es, por tanto, una simple “prefiguración de la cultura europea”, como creía Gorman. Y si la imagen que Europa tiene de ella sigue siendo “insólita” es porque insólita, heteróclita y mágica ha sido y es la realidad de este continente. Para la mentalidad cartesiana, para el dogma europeo, América siempre ha sido una herejía; con razón, ni Kant ni Hegel nunca pudieron entenderla.