Se acerca la cumbre Hábitat III, que tiene por objeto tratar el tema del desarrollo sostenible en las ciudades. La sede será Quito, maravillosa en varios sentidos pero que, trágicamente, forma parte del grupo de urbes latinoamericanas que crecieron sin planificación; son poblaciones unidas no solo por el castellano, el amor al fútbol y la nostalgia por esa Patria Grande que nunca llegó, sino también por los errores urbanos más dolorosos.
El primero es el crecimiento con base en invasiones, un fenómeno que explotó en los años 60, cuando las ciudades se desarrollaron porque había más dinero, más divisas, más ganas de mostrar enormidad y eso generó que los habitantes del campo llegaran atraídos por las luces, los autos y el supuesto confort. Pero no hubo planificación, se creció desordenadamente, muchas veces al margen de la ley, y eso a su vez causó problemas de abastecimientos de servicios básicos, pobreza y violencia. Los estragos económicos de los años 80 marcaron a esas zonas y hoy se sienten sus coletazos.
Otra coincidencia es que nuestras ciudades parecían crecer con la consigna de incomodar al peatón. Incluso hoy, caminar suele ser difícil, peligroso; en Quito los autos tienen prioridad cuando doblan una esquina, a pesar de que los peatones intenten cruzar. ¿No es común ver al chofer reclamar a la gente? ¿Y no es más vergonzoso que el peatón que quiso cruzar se sienta mal por su ‘error?
Otro factor común ha sido el desprecio al ciclista, sin prever espacios para un medio de transporte que sirve en Asia y Europa. América Latina, en general, jamás se preocupó de la infraestructura para las bicicletas.
Un último factor ha sido el pésimo sistema de transporte público. Quito ha intentado cambiar la situación y se crearon vías exclusivas para el trole, los articulados y los buses municipales. Pero las unidades de transporte se negaron a dejar de todo la 10 de Agosto, la América y la 6 de Diciembre.
Hábitat III debe servir para aceptar que, sin planificación, seguiremos viviendo mal.