Dos atentados contra militares canadienses, en dos días, cuatro muertes, dejan la conmoción colectiva oscilante de pánico, incertidumbre o racionales defensas de que prime el pluralismo, la democracia y el respeto a los derechos, a pesar de la tentación conservadora de todo controlar.
Dos jóvenes hicieron los atentados, sus vidas se asemejan, por antecedentes delincuenciales, reiterados encarcelamientos, drogas y sus vidas más bien en solitarios. No son pobres, el que logró incursionar en el Parlamento es hijo de una alta funcionaria federal. Recientemente convertidos al Islam “radical”, con algún pariente de origen árabe, no eran, sin embargo, formados militarmente ni han ido a Medio Oriente. Son más bien personas frustradas, poco adaptadas a su medio que quieren ser reconocidas por su medio; muy vulnerables, fueron tentados por alguna “radicalidad” tal la violencia para afirmarse y fascinados en ser héroes.
Con estas personas tiene eco el discurso de la organización armada, Estado Islámico (EI). En nombre de la “guerra santa” ha pedido que se mate (con cuchillo, vehículos…) a los militares que intervienen en Medio Oriente. Contra la idea de democracia y de derechos de la persona, EI quiere crear un Califato como hace siglos imperó en los países árabes, a modo de afirmarse contra Occidente, resolver las disputas políticas medio-orientales, sin que tenga proyecto de sociedad o economía sino este “regreso” al pasado y a la religión para regir la vida.
En el mundo actual, las grandes conquistas de las luchas sociales de hace dos siglos por igualdad social y libertades de las personas para frenar el poder político y religioso, quedan banalizadas, en cero si no se busca a anularlas. La reivindicación de orden y de certeza (fe) predominan con tendencias autoritarias que acaban con lo que derecho de la persona significa. Se lo hace en nombre de algún lejano esquema de igualdad social o rechazo a la concentración de la riqueza, pero en Oriente Medio ni siquiera eso, pesan las injusticias causadas por las potencias occidentales o las disputas entre facciones étnico-políticas. Un pasado que esconde la frustración de no lograr una inserción exitosa en el mundo moderno.
Pero sorprende que jóvenes de sociedades con tantas garantías, estén atraídos por la “guerra santa” islámica, con toda la crueldad actual y la miseria de su pensamiento. Revela más bien la importancia de organizaciones en la sociedad, políticas o no, que den a los jóvenes sentido a la vida y creen medios de pertenencia e inserción a una sociedad más exigente y compleja. La crisis de ideas e ideologías, notorio con la crisis de los partidos políticos en déficit de identidad programática o están en decadencia muestra bien cuán necesaria es una sociedad civil y política, pluralista y sólida. Lo que, en cambio, los conservadores de izquierda o derecha, o los “pacecitas” como el EI, se esmeran en anular.
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