Es muy deprimente concientizar que la disputa, el desafío, la envidia y la pelea son acciones inherentes al ser humano y lo fueron desde el advenimiento de los primeros humanoides al planeta tierra. La evolución, que ha elevado los niveles intelectuales a límites superlativos, no ha podido eliminar el primitivismo del culto permanente a la guerra y a la destrucción.
La historia está rebosante de páginas de innumerables conflictos bélicos que se iniciaron en la antigüedad con enfrentamientos individuales, grupales con garrotes y piedras que se reemplazan con lanzas, arcos, flechas, escopetas, fusiles, revólveres, metralletas, cañones, tanques, bombarderos, cazas, buques de guerra, portaaviones, bombas, misiles intercontinentales, armas nucleares. Los conflictos se han multiplicado en la tierra y, en ellos, están envueltos países pobres, subdesarrollados y países ricos, muy desarrollados. El irrespeto a la vida de los seres humanos se ha generalizado y los muertos, hombres, mujeres y niños incrementan, cada minuto, la lista de los caídos en el combate o a consecuencia del mismo. Los que triunfan rinden homenaje a sus fallecidos y los que pierden también. ¿Hay vencedores y derrotados?
Nuestro país también está convulsionado: la sed de poder embriaga a un grupo que, cuando lo tuvo, lo utilizó para abusar con prepotencia y corrupción y pone alerta a una mayoría poblacional que desea ser gobernada con honestidad, respeto y democracia. El enfrentamiento es evidente y está agravado por el azote delincuencial que, sin parangón en tiempos pasados, intranquiliza y atemoriza a la nación.
En forma inusitada ha surgido un ambiente de paz y armonía, efímero y temporal, pero real; hay brotes de generosidad, de ternura, de amistad, familiaridad y afecto …… es la Navidad, el recuerdo del nacimiento de Jesús, de la paz y del perdón, que se celebra en el mundo cristiano. Luces, cánticos navideños, oraciones, obsequios, comprensión y afecto colman almacenes, escuelas, jardines y hogares. Invade el deseo sincero de arrancar una pizca de felicidad y unas sonrisas, ocultando temporalmente el dolor de la pobreza, de la vejez y de la enfermedad.
Nuestra existencia es fugaz, siempre quedan los demás, pensemos en todos ellos, dejemos la ambición y la codicia, porque son la máxima expresión del individualismo egoísta y nos esforcemos por hacer de nuestros días el tiempo óptimo en que nuestro bienestar se contagie a los demás.