Los actos preparatorios para la campaña política del presente año están en plena ebullición. ¿Qué impulsa a la persona para dedicar tiempo, dinero y tranquilidad en aras de propósitos electorales, tan complicados e ingratos?
Lo primero a considerar es una tendencia loable de servir a los demás. En este sentido, la fraseología coincide en mencionar a los pobres, a los desheredados de la fortuna, a los que no tienen voz y más denominaciones que se refieren al grueso de la población ecuatoriana a la que se trata de reunir en favor de los numerosos movimientos, partidos y organizaciones electorales, para que les favorezcan con el voto.
No se ve mucho entusiasmo, porque tanto se ha ofrecido a lo largo de los años a los pobres pero estos continúan en situación similar, aunque una parte ha mejorado sus condiciones sociales y económicas y ha ingresado a las filas de una clase media consumista, en muchos casos con base en el endeudamiento para la adquisición de bienes suntuarios.
Hay otra cara que pinta mejor la ambición. Estos son los conceptos que aprendimos como alumnos de la cátedra de Psicología Jurídica de nuestra querida Universidad Central, alrededor de medio siglo atrás: la ambición es más compleja; es menos emotiva, más intelectual; la parte en que intervienen la imaginación y la reflexión es más amplia; es también menos egoísta, pero más estrecha.
Al perseguir su interés propio, la ambición puede ocasionalmente servir al interés general y, siempre, lo invoca para ocultar y colorear sus finalidades. Cuando posee audacia, no llega a la loca temeridad del jugador que se entrega totalmente al azar; el riesgo no le sirve sino como medio. La ambición es un deseo lento y continuo de elevarse por encima de los otros. Este deseo toma formas variadas según los objetivos que persigue y los procedimientos que emplea para satisfacerse.
No existe pasión que deje entrever mejor, que haga mejor resaltar la diversidad de temperamentos. Encontramos todos los caracteres en los ambiciosos; unos son fogosos y violentos; otros, fríos y reflexivos; unos son seducidos por la realidad del poder; otros, no apuntan más que a las distinciones y a los honores; unos no persiguen sino el poder material; otros, solo la dominación sobre las almas.
La búsqueda de reputación se denomina popularidad, moda, renombre y gloria.
La ambición da la medida de las almas y de las inteligencias; es noble o vulgar, baja o elevada, según los casos. Se la denomina pasión devoradora para hacer notar sus efectos devastadores en el alma que han hecho presa. Bajo su forma extrema es inconsciente de sí misma. “Yo, decía Napoleón, no tengo ambición alguna; o, si soy ambicioso, ello me es natural, de tal modo ingénito está tan adherido a mi experiencia que es como la sangre que corre en mis venas, como el aire que respiro”.
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