Voy a decir una barbaridad: Jorge Volpi es un magnífico escritor mexicano, autor de novelones como ‘En busca de Klingsor’ y ‘El fin de la locura’, pero tiene un defecto: no es mujer. Y eso se siente en su última novela, ‘La tejedora de sombras’, que recrea la historia de Christiana Morgan, otra de las intelectuales brillantes y rayadas que fueron pacientes de Jung y que, llevadas por la transferencia, se acostaron con él.
Sin embargo, la relación más importante de Christiana no se establece con el famoso psicólogo suizo, ni tampoco con su propio marido, sino con Harry Murray (Henry en la realidad), un investigador de Harvard con quien desarrolla un célebre test de personalidad, aunque solo él se llevará el crédito a la posteridad.
Bien investigada, bien escrita y entretenida, a esta tejedora le falta ese enfoque femenino, esa sensibilidad que solo puede brotar de adentro y que sí la hallamos, por ejemplo, en el perfil de otra audaz contemporánea, la pintora Leonora Carrington, recreada por Elena Poniatowska. No obstante, Volpi tiene la intención y las ideas claras pues se basó en los diarios y cartas de Christiana. Tras ganar el premio Planeta, en una entrevista declara que ella fue apabullada por Jung, quien la calificó y usó como ‘una mujer inspiradora’.
Sí, es la vida trágica y malograda de una mujer notable que no logra enfrentar con éxito sucesivos desafíos en un mundo de doctores geniales que miran a las mujeres como pacientes ante todo. A pesar de ser dibujante, escritora y visionaria, su arma, perdón, su argumento decisivo no es otro que su cuerpo.
David Cronemberg, el gran director de cine, tampoco es mujer, pero sí que lo es Keira Knightley, la actriz que encarna a Sabina Spielrein, la más famosa paciente de Jung.
El póster del filme ‘Un método peligroso’ la presenta entre Jung y Freud, aunque no haya aquí un triángulo amoroso sino más bien un exuberante y doloroso conflicto intelectual, una suerte de educación sentimental y académica del joven doctor Carl Jung, quien admira como a un padre a Freud y pierde la cabeza por Sabina, pero debe romper con ambos para seguir su propio camino en los terrenos del inconsciente sin abandonar la protección de un matrimonio burgués.
La película de Cronemberg sale airosa de semejantes honduras intelectuales, aderezadas con leves escenas de sexo masoquista. Al final nos enteramos que Jung ha tomado una nueva amante-analista destinada a durarle toda la vida mientras su esposa le sigue dando hijos, mansión y un velero al futuro gurú del New Age.
Sus adversarios freudianos hallarán en ambas obras material sobre las humanas flaquezas del suizo, que, bien vistas, no hacen más que iluminar su indeclinable lucha por el conocimiento de sí mismo y los arquetipos de la mente.