Alianza País, en cueros, sin Correa

Es una paradoja. Desde que dejó el poder en mayo pasado, Rafael Correa se convirtió en el principal opositor del presidente Lenín Moreno. Atrincherado en Twitter, el exmandatario disparó sin cesar cuestionando las decisiones sobre la política anticorrupción, la relación con los indígenas, el tema educativo y el diálogo con la oposición.

Así, Correa se mostró de cuerpo entero. Intransigente y excluyente, dueño de la última palabra. Un caudillo que durante diez años moldeó la institucionalidad del país a su imagen y semejanza.

En esta década el conflicto se impuso como lógica política. La descalificación al otro desembocó en muchos casos en rabiosas persecuciones judiciales, en sentencias a quienes se opusieron al anterior gobierno.

Con la llegada del nuevo régimen, la tormenta que en estos años vivió el país empezó a calmarse. Cumpliendo sus promesas de campaña, Moreno inició una etapa de reconciliación a través del diálogo con distintos sectores.

Alineados con las directrices de Correa, dirigentes de País, especialmente en la Asamblea, han criticado el acercamiento del Ejecutivo con la oposición. Les cuesta entender y, sobre todo, procesar que estamos en un nuevo momento. Frente a un nuevo liderazgo, más horizontal y menos confrontativo. Más tolerante y democrático.

La partida del ex presidente Rafael Correa, lejos de certezas, despierta incógnitas sobre la continuidad de Alianza País como principal fuerza política. El riesgo de una escisión no debe descartarse, el propio Correa habló ayer de una desafiliación si se mantienen las componendas. En su despedida sus seguidores gritaban que Moreno los había traicionado.

Aún está por verse si el actual Mandatario podrá aglutinar a ese movimiento y parar la desbandada. Más allá del cambio de estilo, Moreno tiene el reto de emprender cambios de fondo. El principal: desmontar la estructura correísta que copó todos los poderes con cuadros del oficialismo.

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