Hay una gran coincidencia sobre la necesidad de hallar una salida al horror que cada día padece Venezuela. Consiste en la entrega del mando militar de Nicolás Maduro. Todo nace del punto culminante que fue el logro de Juan Guaidó al conseguir la liberación de Leopoldo López con la presencia de elementos de las Fuerzas Armadas. A raíz de este acontecimiento -con su antes y su después- se llega a la conclusión de que para Maduro es imposible gobernar Venezuela. Tal conclusión no es el derivado de alguna premisa ideológica o producto de análisis políticos. Simplemente, no existe en la historia un precedente que evidencie la conducción de un país con los circuitos de exportación e importación del petróleo -se importa el liviano para la mezcla con el nacional- cerrados por parte de los EE.UU.; sin parámetros aplicables para medir la híper inflación y la ausencia de bienes de consumo para la mayoría de la población. La situación es insostenible; añádase el desconocimiento internacional masivo del gobierno y la aceptación del interino Juan Guaidó. No se puede comparar con la supervivencia de Cuba, donde existió el sustento de la imagen de Fidel Castro, la nostalgia de Sierra Maestra, así como su ubicación en las aguas de la Guerra Fría a raíz de la crisis de los cohetes en 1992; además, es un régimen a cargo exclusivo del Partido Comunista.
Salvo para el círculo militar venezolano y sectores deprimidos de la oposición, es muy difícil hallar a un país que, con esos estándares, mantenga incólume su estabilidad “ad infinitum”. Rusia necesita enclaves en todos los continentes, pero los costos de la aventura chavista no se compadecen con los logros geopolíticos que está obteniendo. EE.UU., por sus intereses petroleros, sería el primer beneficiario, más aún si enjaula a las cotorras del Departamento de Estado que es en lo que han mutado los antiguos halcones.
Es probable que a Juan Guaidó le lleguen las horas de la noche y se canse, que la presión internacional vuelva a decaer ante la exigencia de otras agendas, pero el diagnostico sigue intacto: ¿cómo se gobierna ese país? Es probable que las jerarquías militares consideren viable la sustitución, incluso como un medio de protección a su actual status de privilegios, pues Maduro ya no es garantía. Ellos, como en su momento Pinochet aceptó el plebiscito y los sádicos de la Junta Militar argentina aprovecharon la derrota de Las Malvinas para entregar el poder, tienen la oportunidad de hacerlo. Solo deben seguir la puerta al fondo del pasillo, que tiene una flecha roja que dice “Salida”; salvo que el gobierno, con tantos generales fieles, dé un golpe de estado, derogue la Constitución bolivariana de 1999 y replete las calles con artillería pesada. En este cuadro, el pedido de elecciones libres por parte de importantes sectores civiles -los deprimidos-, puede llegar a ser más ingenuo que llamar a la rebelión desde la base aérea La Carlota.