Luego del revés electoral para algunos y la algarabía de triunfo para otros; más allá del inacabable y cansino “análisis”, en casi todos los medios de comunicación, acerca del “significado y posible repercusión” del resultado de la pasada gesta política, ahora, el verdadero enfrentamiento y desafío les corresponde a los triunfadores, primero, contra sí mismos, cuando deberán hacer uso de su mejor habilidad para responder ante el mandato encomendado, lo que se conoce como “responsabilidad”, que deberán ejercerla con profesionalismo, idoneidad, entrega y sacrificio.
Esas autoridades han sido ganadas gracias a aquel al que llaman “soberano”, a quien deberán someterse y esmerarse por servir, so pena de verse “contra la pared” ante unos mandantes cada vez mejor enterados, cada vez más exigentes y contestatarios. Para todos esos elegidos, remachamos, lo que expresamos en enero de 2012, en esta misma columna: “No hay poder sin autoridad, no hay autoridad sin prestigio, no hay prestigio sin servicio”. Para algunos electos nuevos el camino será áspero, para otros, aunque excepcionales -que ya han ganado buena reputación-, resultará más fácil porque el pueblo los reconoce como autoridad legítima, demostrada en sus buenas obras y ejecutorias.
Para la nueva Alcaldía de Quito, la tarea es desafiante y fiera: las dos pasadas alcaldías, con sus respectivos concejos, nos fallaron, y en mucho: ausencia de planificación, improvisación, estilo administrativo caduco y retardatorio, obras -y hasta algunas ordenanzas- mal acabadas, solo para el relumbrón, elevadísimo contingente administrativo, en cantidad y con baja calidad humana y profesional, personas enquistadas en puestos claves sin atisbos de mejora, peor, cerradas a un cambio; procesos interminables para el habitante de Quito, con trámites complejos y angustiosos, con una atención deficiente, descortés y, en no pocas veces, hasta vejadora; en fin, una cantidad de lacras y vicios que la nueva administración, de entrada, deberá extirpar de raíz.
Otra circunstancia a enfrentar, para el nuevo Burgomaestre, es que tendrá un Concejo heterogéneo que, ojalá, en vez de dedicarse a discutir cuál estrofa del Himno a Quito es más patriotero cantar o a involucrarse en insólitas rencillas taurinas, se dedique a darnos solución a la inseguridad, al tráfico, a la voraz contaminación que padecemos, por la que Quito, al parecer, ya no sería más una “ciudad para vivir” sino una “ciudad para intentar sobrevivir”.
No podemos dejar de reconocer, no es justo, que también ha habido aciertos. Quito ha sido galardonada como el mejor destino turístico de Latinoamérica. Pero eso no le debemos, solo, a una determinada administración municipal, es el resultado de “una milenaria historia precolombina y de un fastuoso legado colonial hispano”.