Alacrán en la bragueta

A primera vista, y por ahora, los resultados de la aventura Assange parecen positivos para el régimen. El episodio, al que Ecuador entró por la ventana y sin tener nada que ver, le permite al Gobierno dominar -como siempre- la escena mediática y evitar que se discuta sobre los verdaderos problemas del país: la masiva falsificación de firmas en la inscripción de los partidos políticos y de los movimientos (incluyendo, pero sin limitarse a la ineficacia de la autoridad electoral), en un episodio que empequeñece a los antiguos trucos de la vieja partidocracia. Al Régimen le permite también meter debajo de la alfombra la inoperancia de la Función Legislativa (que no es precisamente independiente o deliberante), la dudosa reestructuración de la justicia, el siempre preocupante tema de la seguridad y el espléndido aislamiento ecuatoriano en materia de relaciones internacionales.

También la aventura -empresa de resultado incierto- en vista de la enfermedad de Hugo Chávez y de la crisis argentina, le da alas al régimen para intentar posicionar al Presidente de la República como un líder de talla continental, con ambiciones de defensor internacional del progresismo. En la lógica oficialista: cualquier titular es un buen titular y los periódicos más grandes del mundo (hasta hace poco cabecillas de los imperios invisibles, de las crueles compañías transnacionales y de los desalmados organismos internacionales de crédito) ahora se ocupan del Ecuador, aunque por las razones equivocadas. En la misma línea anterior, la maquinaria publicitaria del oficialismo se regocija y se relame los bigotes tratando de presentar al Ecuador como un Estado de Derecho (cosa que, con toda sinceridad, nunca ha sido), como un paraíso de las libertades públicas (cosa que, con toda velocidad, va dejando de ser), como una república de verdad en la que funciona la justicia (cosa que, con toda pena, está lejos de ocurrir).

Lo más probable es que Julián Assange termine por convertirse en un alacrán en la ampulosa bragueta del Régimen, es decir en algo más que un incómodo episodio político. Es muy posible que este arriesgado lance desacredite, todavía más, nuestra política internacional que incluye, a modo de ejemplo, mirar para otro lado cuando ocurren las masacres en Siria o servir de conejillos de Indias para los dudosos intereses iraníes en la región.

Lo más probable, también, es que este extraño y gratuito episodio sea una mancha más en el rayado tigre que hemos ayudado, por omisión ciudadana, a construir durante los últimos años: esa “unicracia” autoritaria, que sea alimenta de la polarización, de la violencia verbal, del poder completo y de la omnipresencia estatal.

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