Hace unos años, cuando me encontraba tratando de reencontrar el hilo -algo perdido- del diálogo con mi cuerpo, escribí una columna sobre el valor del cuidado de sí mismo. Y hoy quiero retomar este tema a propósito de Angelino Garzón, quien está seguramente aprendiendo, como yo hace unos años, a dialogar con su cuerpo; un cuerpo que le acaba de recordar que la fragilidad siempre termina por caracterizar la condición humana.
No somos invencibles, pero sé que asumir esta fragilidad ha constituido una tarea difícil para los hombres, pues no ha sido precisamente una cualidad de la masculinidad tradicional. El cuidado de los otros, de las otras y de sí mismo y sí misma, ha sido secularmente un oficio asignado y asumido por mujeres. Ellas lo están transformando en una apuesta por la vida y convirtiéndolo en una reserva ética, que hoy comienza a reconocerse como patrimonio de la humanidad.
Esta asignación en relación con el cuidado de la vida nos permitió probablemente permanecer alejadas del poder, que contamina la existencia de muchos hombres, de esta adicción a los beneficios o mieles del poder, que tantas veces se transforman en venenos y maleficios.
Angelino: confieso que tengo dificultad para entender estas ataduras que terminan por cegarlos -hablo de muchos hombres cercanos al poder- en relación con lo que hace la vida soportable y los lleva a restringir el mundo de la existencia al universo del trabajo. Y lo que más me sorprende es que cuando se les pregunta ¿por qué no perciben o divisan otra vida posible?, casi todos responden desde un extraño mesianismo: que es para servir al país.
Ahí está talvez la diferencia entre el poder masculino y la autoridad femenina. Y me pregunto, entonces, señor Vicepresidente, si a veces no le entra ganas a ver una buena película a las tres de la tarde -yo sí voy a cine a menudo a la una de la tarde, sola; salgo a las 14:30 de la sesión, me tomo un buen café leyendo el último número de la revista Arcadia, para llegar a mi casa tranquilamente a las 16:30 y retomar mi vida laboral-.
Angelino: ¿qué sentido puede tener la vida si uno no ha tenido el tiempo de leer ‘La mancha humana’, de Philip Roth o ‘Memoria por correspondencia’, de Emma Reyes?, ¿cómo sobrevivir si no hay vida para los y las amigas, para cocinar escuchando una ópera a todo volumen?, ¿dónde queda el derecho a la pereza para aprovechar una mañana bogotana, gris y lluviosa, tomándose el tiempo de desayunar en la cama conversando sin afán con su compañera de vida, su esposa Monserrat, disfrutando el aroma del primer tinto?
Angelino, no se niegue hoy la posibilidad de un viaje hacia dentro de sí mismo que le permita descubrir el sentido de la vida.