El ajuste

Los últimos tres años en los que el país ha gozado de excelentes precios de su principal producto de exportación, nos trae a la memoria lo sucedido hace cerca de cuatro décadas, cuando Ecuador vivió lo que se llamó “el boom petrolero”. Una economía basada principalmente en la agricultura, de pronto se vio cambiada con los ingresos provenientes de la venta de crudo. La sociedad se transformó, hubo una clase media emergente, se construyó alguna infraestructura, pero por sobre todo varió la conducta de los ecuatorianos. De allí en adelante empezamos a depender de la renta petrolera. Los gobiernos captaron los créditos que se les ofrecía, había consumo y circulante y se olvidaron de tomar los correctivos necesarios para sanear la economía. Ya en tiempos en que habíamos retornado a la democracia, se vino lo inevitable. Las dos décadas siguientes fueron pobres en resultados. Los problemas se multiplicaron, a la falta de ingresos por la caída del precio del crudo se sumaron desastres naturales que dañaron la infraestructura e impidieron temporalmente contar con las divisas procedentes de la venta de petróleo. El malestar se generalizó y en la conciencia colectiva quedó flotando la idea que una década atrás se estaba mejor.

35 años después Ecuador ha vuelto a vivir una bonanza generada por los altos precios del petróleo. El Estado, una vez declarada la caducidad con una compañía petrolera, sumó a su haber un campo con una producción diaria de aproximadamente 100 mil barriles. Años atrás, se habían ejecutado importantes inversiones que permitían contar con una infraestructura mejorada. Nuevamente por estas causas, el país ha vivido en un nuevo espejismo que ha permitido un elevado gasto con grandes subsidios, algunos no favorecen a las grandes mayorías.

Pese a esa nueva riqueza los números que arrojan los resultados económicos no son de los mejores. Más aún, la serie de cambios realizados a la normativa vigente y los que se han anunciado que vendrán, no brindan un clima adecuado para generar la confianza necesaria para atraer inversión. Ante ello, se empieza a ver nuevamente un modelo que emite señales que se encuentra en crisis, el cual para evitar un nuevo descalabro a futuro exige correctivos inmediatos.

Como lo sucedido hace años, resta por ver si el gobierno estará dispuesto a realizar esos correctivos, a sabiendas que pueden minar su capital político. No hacerlo puede llevarlo a la situación que la crisis le explote en su cara. En resumen, las autoridades tienen muy poco espacio de maniobra si es que privilegian mantener los niveles de aceptación popular de los que aún gozan. Si persisten en ejecutar su plan político, que preveía una permanencia de varios años, se hallan frente a una verdadera encrucijada. Habrá que ver cuál será la opción elegida y sus resultados. De ello dependerá el futuro.

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