Es el título de la estupenda novela histórica escrita por el colombiano Mauricio Vargas Linares (Ed. Planeta, Bogotá, 2013). Su presentación en Quito ayer miércoles fue oportuno si como es sabido el 28 de julio de 1822 tuvo lugar en Guayaquil el crucial encuentro entre Bolívar y San Martín que es el tema sobre el que trata la mencionada obra .
Su lectura, de provecho: la aproximación más lúcida de un acontecimiento sobre el que tanto se ha especulado y del que se carecía de documentos escritos. Bolívar llega a la cita sin que se le haya ocurrido ceder territorios colombianos al Perú, ni se diga Guayaquil, una perla en el Pacífico de bicentenaria vinculación con Quito. A lo que iba San Martín, a fin de cuentas, era a comprometer la participación de tropas colombianas en la independencia del Perú, importantísima y última posesión de España en América del Sur. Debió recordarle al caraqueño, para enfatizar nomás, que en la exitosa campaña de Quito había participado la división Santa Cruz compuesta en su mayoría por peruanos y los famosos Granaderos a Caballo al mando del coronel Juan Lavalle, lo mejor del regimiento creado una década atrás por el mismo San Martín. En cuanto al mando de las fuerzas que se enfrentarían a las realistas en territorio peruano, Bolívar se manifestó reticente: dos gallos no cabían en el mismo gallinero. Al cansado general San Martín no le quedó más recurso que dejarle la gloria a un Bolívar en la plenitud de sus sueños. El triunfo de Bolívar en Junín y el de Sucre en Ayacucho sellaron la independencia. Sucre, “el Mariscal que vivió de prisa”, como así lo define Vargas Linares .
Sobre lo que hoy es nuestro país en concreto. Desde luego que en Guayaquil había un movimiento autonomista, al que Bolívar le salió al paso en comunicación enviada a José Joaquín Olmedo: es galimatías la situación de Guayaquil, usted bien sabe, amigo mío, que una ciudad con un río no puede formar una nación.
El excelente novelista-historiador que es Vargas Linares no escatima espacio para referirse a las relaciones entre Bolívar y Manuelita Sáenz. Lo hace con decencia, con gracia y hasta ternura. Manuelita no le dejaba pasar una al Libertador. Ante tanta insistencia por conocer su vida pasada: señor mío, usted tiene que esforzarse en dos cosas para que yo siga dispuesta a jugarme mi matrimonio en esta cama. La primera es preguntar menos, y la segunda, desempeñarse en el amor sin tantas prisas. A más de Rosita Campuzano, otra guayaquileña en esta novela histórica: la viudita encopetada, preciosa, prendada por San Martín; la que consideró de su deber estar a su lado en esas noches tibias y húmedas del trópico, desoladoras sin compañía. No cabe duda que la novela histórica, como la que comento, nos lleva a comprender mejor lo que en realidad ocurrió.