Hace apenas dos años parecía imposible estrechar la mano del Gobierno colombiano. El proceso de restablecimiento de relaciones y los condicionamientos establecidos elaboraron un camino de espinas para los dos países que, con dificultades, firmaron un acuerdo preliminar en septiembre del 2010. Mucha gente, de los dos lados de la frontera, trató por todos los medios de lograr un acercamiento, porque Angostura había roto algo más importante que la confianza presidencial: los esquemas de cooperación vigentes en materia de seguridad, y esto traía consecuencias nefastas para Colombia, pero sobre todo para el Ecuador que no estaba preparado para afrontar solo las cada vez más organizadas y transnacionales bandas delictivas. Finalmente, en junio del 2010 la elección de Juan Manuel Santos y su decisión de priorizar la relación con sus vecinos, por encima de los intereses y las necedades de Álvaro Uribe, contaron en mucho para que Colombia y Ecuador empiecen una nueva era de buena voluntad. Santos contaba además con una canciller como María Ángela Holguín, extremadamente inteligente, profesional y sistemática, en todos sus empeños. María Ángela sabe que no hay peor política exterior que llevarse mal con los vecinos o, no tener canales directos con los estados con los que se tiene diferencias. Hay que recordar que ella abandonó el gobierno de Uribe en protesta por su poco profesionalismo e improvisación en materia de política exterior. Ella ha logrado con Santos que la diplomacia deje de ser presidencial, que no se dejen temas al azar, que problemas difíciles se vuelvan tratables, y se creen canales sistemáticos para resolverlos.
La visita de Santos, pero sobre todo la buena voluntad de los 2 pueblos, es un logro de los 2 gobiernos: el del presidente Correa y el de Santos. También una demostración de lo inútil que fue dejar que tanto tiempo de resentimientos pasara antes de encontrar una solución útil para los 2 países. Angostura dejó lecciones para las partes. Colombia aprendió que no puede jugar a ser EE.UU. en la región y hacer ataques “preventivos” a discreción en países hermanos. Ecuador aprendió que no puede poner las emociones y el resentimiento por encima de los intereses de su propio pueblo, que necesita paz y desarrollo y que eso es simplemente imposible sin seguridad. Y no es posible tener seguridad y paz cuando el país vecino está envuelto en una guerra interna que se desborda por todos los poros fronterizos en forma de crimen organizado, narcotráfico, tráfico de armas y refugiados. El Gobierno ecuatoriano esperó demasiado tiempo para restablecer relaciones y el tiempo no es recuperable. Solo la cooperación permanente, organizada y con reglas claras puede ayudar a superar estos problemas con el tiempo. La buena relación entre Colombia y Ecuador, un excelente augurio navideño.