Es verdad cuanto afirma el Ing. Agrónomo Sr. Manuel Suquilanda (EL COMERCIO 12 de mayo, 2010): “Sin agua, no hay vida”. “Este es el patrimonio más importante del campesino”.’ “tengo la percepción de que los indígenas son los únicos quienes se dan cuenta de los graves problemas que ocasiona la falta de agua. Para ellos, el agua es un tema de vida o muerte y están dispuestos a todo para acceder a este recurso importante”. Sería de mucha utilidad que los legisladores conozcan sus informaciones y afirmaciones.
Ubiquemos un ejemplo vivido en una comunidad agrícola: la parroquia San Andrés, cercana a la ciudad de Riobamba. Sus terrenos necesitan agua; sin ella –y dependiendo únicamente de la lluvia- no podrían subsistir. Las propiedades son de pequeña superficie y, por lo mismo, el agua de riego se utiliza en horarios estrictos para cada usuario. Ocurría, en ocasiones, que en una pequeña hacienda ubicada al norte de la parroquia, por la necesitad de mantener los potreros para el ganado, represaban el agua que fluía en cantidad escasa por un conducto construido y mantenido por los campesinos. Había que ver, entonces, la movilización de los pobladores hacia la hacienda para destruir la represa. Como consecuencia, se suscitaban procesos penales, especialmente contra el líder, quien debía fugar por dos o tres meses hasta que los ánimos se aquieten.
Era tal la disciplina del agua para riego que el autor de esta nota -cuyo abuelo y líder se llamó Manuel Gavilánez Ubidia- debía “cuidar” una acequia hasta la media noche, solo y cobijado por la oscuridad y el miedo. El miedo, porque en el ambiente campesino circulaban historias terribles, cuyos personajes eran el duende de amplio sombrero, la loca viuda, el jinete sin cabeza y varias otras fantasías tremebundas. Las disputas por el uso del agua en ocasiones provocaban lucha a golpes y hasta con el uso de azadón por quien tenía el turno del agua, contra quien la desviaban para su predio.
¿Quiénes construyeron el canal? Los moradores, en sendas mingas. ¿Quiénes lo mantenían? Ellos, porque el poder público, como siempre, se interesaba en su suerte únicamente en época de elecciones, para conseguir sus votos.
Los académicos, que nutren sus conocimientos en libros, pero que no han utilizado una pala, un pico o un azadón para labrar la tierra, deberían saber que, por lo menos en la Sierra central, todo el esfuerzo de un año puede perderse en una sola noche, cuando hay ‘helada’ y las plantas cercanas a cosecha, mueren.
Los usuarios del agua de riego contribuyen económicamente para el mantenimiento de las obras de distribución. No vaya a suceder que cuando se pretende vender hasta el agua del mar, quieran nuevas erogaciones por el riego. Es hora de entenderse, no solo por el bien de los indígenas sino por la producción agrícola.